Los Poemas de mi Abuela


Mi vida

Mi vida es una continua oración,
es una súplica,
un rezo constante;
es un enjambre de amor y compasión,
la caridad misma,
de gozo palpitante,
y un calvario eterno de penas sin razón.

Es una zozobra,
en un martirio incesante
por los que vuelan alto,
por los que habitan lejos;
quienes mendigan suplicantes,
los que al carecer de pan se debilitan
y por los que viven sin Dios,
ignorantes.



¿Qué quisiera?

Tantos sueños,
tantas quimeras
maquina mi mente alucinada
¡Si muy fácil enumerarlas me fuera
y realizarles de amor arrobada!

¿Qué quisiera?
Que no lo oigan los celosos,
sentirme joven; mientras mis fuerzas puedan
verme activa, arreglando primorosos
los hogares de los hijos que me quedan

Saboreando los ajuares de los nietos por venir
y soñándome arrullada con los besos,
las quejas y los gritos;
los llantos y las risas
¡Enajenada!
¡Feliz!

¡Quisiera ver un coro aun más grande!
Escucharlos que me llaman abuelita.
Treinta nietos de que pueda yo ufanarme
¡Y que jamás me dejen solita!
Te perdono

Estas lágrimas que vierto por tu culpa,
que no caigan como fuego derretido sobre ti;
te perdono,
y aquí oculta
escondo el desamor percibido.

Eres siempre mi amor
yo te perdono de todo corazón,
te bendigo
y no creas jamás que te guarde enojo,
lo sabe Dios que es mi mejor testigo.

Es la acción más noble de la vida
para la madre de ternura encendida,
la que goza brindando su ser sin medida,
conceder el perdón al arrepentido.

Refrena tu carácter
y no hagas sufrir a los demás
como un verdugo cruel,
no tengas que pagar
y tal vez sentir remordimiento
por el comportamiento aquel.



Los ruegos de una madre

Señor:
Que todos sean buenos
Que no olviden la infancia
Que les inculqué tu amor

Que vivan en tu gracia
Que todos los actos de su vida
sean respaldados de santo temor

Que Tú seas el faro poderoso
que ilumine sus sanas intenciones,
que reciban tu luz ¡Misericordioso!

Que vuelvan sus ojos a Ti
Que dobleguen su querer
Que se humillen ante Ti

¡Que te amen y sean salvados!
Que de rodillas se postren
y perdones sus extravíos
Que Tú les digas:
¡Venid a Mí!



Duérmete

Cuando la “Parca” venga
le tendré que decir:
¡Detente!
Que un nieto sueña en mis brazos,
y otros aguardan que los haga dormir.

¡Espera!
No estorbes,
no me ciñas con tus lazos
de insólita aflicción,
permíteme aún decir:
Duérmete amor mío,
¡Duérmete en mis brazos!

¡A la rurrú… rurrú!
¡Duérmete por Dios!
Que tu abuela ríe,
plena de alegría,
porque ve en tu cara
reflejos de Dios.



Distintos Dolores

¡Murió el hijo!
y la madre adolorida
entre los pobres repartió un caudal de amor;
confortó a toda la que sentíase afligida,
que como a ella,
punzábale un gran dolor.

Todos los sufragios y limosnas
que por su alma mandaba distribuir
le parecían pequeños
y con ansias infinitas
deseaba por su palma
a los justos del cielo hacer dueños.

¡Murió la madre!
El primer día
el hijo parecía confundido,
se lamentaba sin cesar,
más ni de luto riguroso se vestía
ni a los que sufren acudía a consolar.

Sólo veía la hermosa herencia que tenía
y les dolía a los hermanos tener que dar;
avaro, atesoraba para él cuanto veía
¡Sin pensar en el alma de su madre!


Plegaria en el día de las Madres

Por las madres que lloran desoladas
a los hijos de su amor.

Por las madres que al campo de batalla
los despiden con pavor.

Por las madres que ausentes de los suyos
se oprimen de dolor.

Por las madres frívolas que olvidan
la senda del honor.

Por las madres egoístas que descuidan
la enseñanza mejor.

Por las madres impúdicas que llegan al escándalo
para después sufrir el error.

Por las madres que un hijo descarriado
aguardan con ardor.

Por todas las madres buenas
y las no tan buenas.







Mi súplica postrera

¡Qué no sea tan repentina mi partida!
que pueda unos consejos articular
y que al pie de mi lecho esté reunida
toda esa prole que tanto supe amar.

¡Te suplico que no falle ninguno!
has que reconozca los rostros queridos,
que pronuncie el nombre de cada uno
y los bendiga con mis cinco sentidos

Que me resigne a dejar los pedazos de mi vida
cuando un sacerdote se instale a la cabecera mía;
permítele a mi Oscar que distancias no mida,
que cierre los ojos, de la que fue su madre pía.

Poemas escritos por mi abuela Carmen Rosa Fernandez

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