5:00 A.M.
El despertador no para de sonar haciendo un ruido estremecedor y no tengo fuerzas para tirarlo contra la pared. Estoy cansada; me siento rendida, como si no hubiese dormido siete horas. No me puedo ni estirar. Cometo mi primer pecado capital de cada mañana al despertarme: la pereza.
5:30 A.M.
Después de un baño en la ducha, me lavo los dientes y hago mis gárgaras matutinas, para después taparme las ojeras con algún mágico producto de Loreal, Revlon o Lancome, el primero que encuentre en mi cajita de cosméticos.
Para remate es día lunes y los lunes nunca quiero ir a la oficina. Creo que en eso me identifico con millones de seres humanos. ¡Qué lata tener que trabajar! y todavía saber que falta mucho para el retiro. Lo que quiero es quedarme en casa. Es mi más grande fantasía.
Tengo tantas cosas que hacer en casa: volverme la mejor cocinera y repostera del mundo; con la ayuda de mi colección de libros de recetas, preparar algún plato gourmet o un pastel de alcachofas; Leer un libro de Paulo Coelho o volver a leer mi libro favorito, El Principito; ordenar un poco el ropero, coordinar mi ropa por colores para no romperme la cabeza todos los días con la pregunta que nos hacemos todas ¿qué me pongo hoy? cualquier
cosa menos levantarme tan temprano. Me gustaría saber quién fue la reverendísima idiota de mente brillante que tuvo la idea de reivindicar los derechos de la mujer ¿porqué hizo eso con todas nosotras? Me sospecho que sus intenciones fueron buenas, pero no supo proyectar las consecuencias. Todo era tan bonito en el tiempo de nuestras abuelas. Entretenidas y siempre bien puestas, peinaditas y olorosas, se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus vecinas y amigas, enseñándose y compartiendo mutuamente los secretos de los aderezos, trucos y remedios caseros, leyendo libros clásicos o revistas de modas, rezando, decorando la casa, plantando y podando árboles o plantando rosas y acomodando las flores en búcaros de porcelana francesa mientras educaban a sus hijos que eran criaturas de buenos modales y seguidores de todas las reglas de urbanidad y de la religión.
Un día entre los años 1960 y 1970 llegó el movimiento de liberación femenina con su “mujer liberada” a la que no le gustaba usar ajustadores, llegó esta mujer con sus ideas del control de la natalidad y el amor libre, apoyando el lesbianismo y muchas cosas más para lavar cerebritos e intoxicar a varias otras revoltosas rebeldes sin causa tan liberadas como ella con ideas exóticas como esa de conquistar nuestro espacio. ¡Qué espacio ni qué espacio! De qué estaban hablando, si ya teníamos el mundo en nuestras manos. Teníamos el dominio completo, no solamente de todo el planeta sino sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, para vestirse y para lucir y quedar bien delante de sus jefes y amigos. Crearon a la mujer independiente que no necesitaba al hombre para triunfar ni para salir adelante y sin darse cuenta complicaron lo más sagrado desde que Dios hizo el mundo. Eso de unirse un hombre y una mujer en matrimonio y crecer y multiplicarse, pero en hogares funcionales, en donde había un padre, una madre y los hijos que se pudieran tener, muchos.
Ahora, respóndanme con toda honestidad, cómo están esos hombres. Ahora los pobrecitos están todos confusos, ansiosos y estresados sin saber comprender qué papel desempeñan en la sociedad y salen corriendo. Huyen de nosotras como si nos tratáramos de un huracán de categoría cinco. Esa broma, esa bendita gracia de la liberación femenina acabó llenándonos de obligaciones y nuevos retos que antes eran sólo para los hombres.
Lo anterior no es todo, podría seguir por horas con el temita. Miren, lo que pasó acabó lanzándonos dentro de la soltería crónica aguda, por que desde hace tiempo ya no esta de moda casarse, ¡No! Para qué, si es mucho más fácil juntarse sin compromisos, cada uno con lo suyo, los papeles no son importantes. Antes los matrimonios duraban para siempre y ahora los que tienen dinero firman los famosos contratos pre-matrimoniales y separación de bienes, por si acaso, cuando deciden que sí, que hay que legalizar la unión y unirse en santo o en legal matrimonio. Se juran que estarán juntos “toda la vida” en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza y todas esas promesas lindas que se hacen, aunque en el fondo saben que “toda la vida” puede ser algo así como cinco meses o un poco más.
Respuestas, por favor, díganme porqué si las mujeres lo teníamos todo, lo mejor. Las mujeres que sólo necesitábamos ser frágiles, suaves, dulces y dejarnos guiar por la vida; comenzamos a ser rivales, a competir con los hombres y algunas hasta a comportarse como ellos. A qué mujer se le ocurrió tal cosa o acaso fueron los hombres. Estaba más claro que el agua, eso no iba a terminar bien.
Hoy, analizando mi realidad, confieso que no soy más parte de la sociedad moderna obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba, pero con pechugas y trasero duro, para lo cual tengo que matarme en el gimnasio, además de morirme de hambre, vivir bañada de cremas, ponerme hidratantes y anti arrugas, padeciendo el complejo de radiador viejo tomando agua de botella importada de Francia a todas horas y demás artimañas para no caer vencida por la temible y cercana vejez. Estoy cansada de tener que maquillarme impecablemente cada mañana desde la frente hasta el talón, mantener el pelo rubio y no atrasarme con las mechas y pintarme las raíces -las canas son peor que la gordura-. Cansada de tener que elegir bien que me voy a poner combinando zapatos y accesorios, no sea que no esté presentable para esa bendita reunión de trabajo; sobre todo yo, que trabajo en el aeropuerto donde pasan un millón y medio de personas por las salas de embarque y otro millón y medio más por las de desembarque. Soy una rebelde con causa.
Tengo que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito, resolver los problemas del mundo por el celular, correr el riesgo de ser asaltada o de morir atropellada por algún pasajero apurado corriendo para no perder su vuelo o por otra loca liberada que corre a su oficina igual que yo. Hoy debo instalarme y quedarme pegada todo el día frente al ordenador trabajando como una esclava -moderna, claro está- con un teléfono en el oído, oyendo quejas y más quejas por sucesos que ni siquiera son mis problemas. Todo para culminar la jornada con los ojos rojos -por el monitor, por que para llorar de amor o por los problemas propios de mi mundo no hay tiempo- y unas ojeras púrpuras que me hacen parecer la mujer de Drácula. Pensar que en el tiempo de mi abuelita las mujeres lo teníamos todo resuelto.
Estamos pagando un precio altísimo por estar siempre en forma, sin estrías, bien depiladas -a mi la cera me duele mas que un parto seco- sonrientes, perfumadas, con las uñas perfectas -acrílicas por supuesto- y ni hablar de tener un currículum vitae impecable, lleno de diplomas, asociaciones, doctorados y especialidades para poder ganar los sueldos de los hombres. Nosotras trabajamos el doble y no nos llevamos ni los reales ni la gloria. No era mejor -mucho mejor- seguir tejiendo ropones, leyendo novelitas rosa y tomándonos una limonada bien heladita.
Qué necesidad teníamos de toda esta liberación. Nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar, acaso era necesario demostrárselo a ellos.Quiero -exijo- que de ahora en adelante, un galante caballero me abra la puerta del auto para sentarme a su lado mientras el conduce sin darme sobresaltos o para que yo pase como una reina, que corra mi silla cuando me voy a sentar o me retire el asiento al pararme, que me mande flores cada mes en nuestro aniversario y me escriba cartas lindas, llenas de poesías románticas y sin faltas de ortografía.
Piensan que estoy bromeando o soñando. No, mis queridas colegas, mujeres del mundo -de todas las edades, después de la mayoría de edad- mujeres preparadas, inteligentes, realizadas y liberadas. También ustedes, las mujeres abandonadas, estoy hablando muy seriamente y renunciando a mi puesto de mujer moderna, liberada, pero liberada de qué si para remate y colmo de males todavía seguimos limpiando, trapeando, barriendo, cocinando, cambiando pañales y lavando calzoncillos.
El despertador no para de sonar haciendo un ruido estremecedor y no tengo fuerzas para tirarlo contra la pared. Estoy cansada; me siento rendida, como si no hubiese dormido siete horas. No me puedo ni estirar. Cometo mi primer pecado capital de cada mañana al despertarme: la pereza.
5:30 A.M.
Después de un baño en la ducha, me lavo los dientes y hago mis gárgaras matutinas, para después taparme las ojeras con algún mágico producto de Loreal, Revlon o Lancome, el primero que encuentre en mi cajita de cosméticos.
Para remate es día lunes y los lunes nunca quiero ir a la oficina. Creo que en eso me identifico con millones de seres humanos. ¡Qué lata tener que trabajar! y todavía saber que falta mucho para el retiro. Lo que quiero es quedarme en casa. Es mi más grande fantasía.
Tengo tantas cosas que hacer en casa: volverme la mejor cocinera y repostera del mundo; con la ayuda de mi colección de libros de recetas, preparar algún plato gourmet o un pastel de alcachofas; Leer un libro de Paulo Coelho o volver a leer mi libro favorito, El Principito; ordenar un poco el ropero, coordinar mi ropa por colores para no romperme la cabeza todos los días con la pregunta que nos hacemos todas ¿qué me pongo hoy? cualquier
cosa menos levantarme tan temprano. Me gustaría saber quién fue la reverendísima idiota de mente brillante que tuvo la idea de reivindicar los derechos de la mujer ¿porqué hizo eso con todas nosotras? Me sospecho que sus intenciones fueron buenas, pero no supo proyectar las consecuencias. Todo era tan bonito en el tiempo de nuestras abuelas. Entretenidas y siempre bien puestas, peinaditas y olorosas, se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus vecinas y amigas, enseñándose y compartiendo mutuamente los secretos de los aderezos, trucos y remedios caseros, leyendo libros clásicos o revistas de modas, rezando, decorando la casa, plantando y podando árboles o plantando rosas y acomodando las flores en búcaros de porcelana francesa mientras educaban a sus hijos que eran criaturas de buenos modales y seguidores de todas las reglas de urbanidad y de la religión.
Un día entre los años 1960 y 1970 llegó el movimiento de liberación femenina con su “mujer liberada” a la que no le gustaba usar ajustadores, llegó esta mujer con sus ideas del control de la natalidad y el amor libre, apoyando el lesbianismo y muchas cosas más para lavar cerebritos e intoxicar a varias otras revoltosas rebeldes sin causa tan liberadas como ella con ideas exóticas como esa de conquistar nuestro espacio. ¡Qué espacio ni qué espacio! De qué estaban hablando, si ya teníamos el mundo en nuestras manos. Teníamos el dominio completo, no solamente de todo el planeta sino sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, para vestirse y para lucir y quedar bien delante de sus jefes y amigos. Crearon a la mujer independiente que no necesitaba al hombre para triunfar ni para salir adelante y sin darse cuenta complicaron lo más sagrado desde que Dios hizo el mundo. Eso de unirse un hombre y una mujer en matrimonio y crecer y multiplicarse, pero en hogares funcionales, en donde había un padre, una madre y los hijos que se pudieran tener, muchos.
Ahora, respóndanme con toda honestidad, cómo están esos hombres. Ahora los pobrecitos están todos confusos, ansiosos y estresados sin saber comprender qué papel desempeñan en la sociedad y salen corriendo. Huyen de nosotras como si nos tratáramos de un huracán de categoría cinco. Esa broma, esa bendita gracia de la liberación femenina acabó llenándonos de obligaciones y nuevos retos que antes eran sólo para los hombres.
Lo anterior no es todo, podría seguir por horas con el temita. Miren, lo que pasó acabó lanzándonos dentro de la soltería crónica aguda, por que desde hace tiempo ya no esta de moda casarse, ¡No! Para qué, si es mucho más fácil juntarse sin compromisos, cada uno con lo suyo, los papeles no son importantes. Antes los matrimonios duraban para siempre y ahora los que tienen dinero firman los famosos contratos pre-matrimoniales y separación de bienes, por si acaso, cuando deciden que sí, que hay que legalizar la unión y unirse en santo o en legal matrimonio. Se juran que estarán juntos “toda la vida” en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza y todas esas promesas lindas que se hacen, aunque en el fondo saben que “toda la vida” puede ser algo así como cinco meses o un poco más.
Respuestas, por favor, díganme porqué si las mujeres lo teníamos todo, lo mejor. Las mujeres que sólo necesitábamos ser frágiles, suaves, dulces y dejarnos guiar por la vida; comenzamos a ser rivales, a competir con los hombres y algunas hasta a comportarse como ellos. A qué mujer se le ocurrió tal cosa o acaso fueron los hombres. Estaba más claro que el agua, eso no iba a terminar bien.
Hoy, analizando mi realidad, confieso que no soy más parte de la sociedad moderna obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba, pero con pechugas y trasero duro, para lo cual tengo que matarme en el gimnasio, además de morirme de hambre, vivir bañada de cremas, ponerme hidratantes y anti arrugas, padeciendo el complejo de radiador viejo tomando agua de botella importada de Francia a todas horas y demás artimañas para no caer vencida por la temible y cercana vejez. Estoy cansada de tener que maquillarme impecablemente cada mañana desde la frente hasta el talón, mantener el pelo rubio y no atrasarme con las mechas y pintarme las raíces -las canas son peor que la gordura-. Cansada de tener que elegir bien que me voy a poner combinando zapatos y accesorios, no sea que no esté presentable para esa bendita reunión de trabajo; sobre todo yo, que trabajo en el aeropuerto donde pasan un millón y medio de personas por las salas de embarque y otro millón y medio más por las de desembarque. Soy una rebelde con causa.
Tengo que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito, resolver los problemas del mundo por el celular, correr el riesgo de ser asaltada o de morir atropellada por algún pasajero apurado corriendo para no perder su vuelo o por otra loca liberada que corre a su oficina igual que yo. Hoy debo instalarme y quedarme pegada todo el día frente al ordenador trabajando como una esclava -moderna, claro está- con un teléfono en el oído, oyendo quejas y más quejas por sucesos que ni siquiera son mis problemas. Todo para culminar la jornada con los ojos rojos -por el monitor, por que para llorar de amor o por los problemas propios de mi mundo no hay tiempo- y unas ojeras púrpuras que me hacen parecer la mujer de Drácula. Pensar que en el tiempo de mi abuelita las mujeres lo teníamos todo resuelto.
Estamos pagando un precio altísimo por estar siempre en forma, sin estrías, bien depiladas -a mi la cera me duele mas que un parto seco- sonrientes, perfumadas, con las uñas perfectas -acrílicas por supuesto- y ni hablar de tener un currículum vitae impecable, lleno de diplomas, asociaciones, doctorados y especialidades para poder ganar los sueldos de los hombres. Nosotras trabajamos el doble y no nos llevamos ni los reales ni la gloria. No era mejor -mucho mejor- seguir tejiendo ropones, leyendo novelitas rosa y tomándonos una limonada bien heladita.
Qué necesidad teníamos de toda esta liberación. Nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar, acaso era necesario demostrárselo a ellos.Quiero -exijo- que de ahora en adelante, un galante caballero me abra la puerta del auto para sentarme a su lado mientras el conduce sin darme sobresaltos o para que yo pase como una reina, que corra mi silla cuando me voy a sentar o me retire el asiento al pararme, que me mande flores cada mes en nuestro aniversario y me escriba cartas lindas, llenas de poesías románticas y sin faltas de ortografía.
Piensan que estoy bromeando o soñando. No, mis queridas colegas, mujeres del mundo -de todas las edades, después de la mayoría de edad- mujeres preparadas, inteligentes, realizadas y liberadas. También ustedes, las mujeres abandonadas, estoy hablando muy seriamente y renunciando a mi puesto de mujer moderna, liberada, pero liberada de qué si para remate y colmo de males todavía seguimos limpiando, trapeando, barriendo, cocinando, cambiando pañales y lavando calzoncillos.
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