El idioma de los muebles de la casa de Chosica


A la edad de cinco años, un verano, mis padres me llevaron a pasar unos días en la casa de Chosica en donde estaban cuidando a una hermana de mi abuela, la tía Camila quien había quedado paralítica después de un terrible accidente. En aquellos días tendría unos cincuenta años, aunque su estado físico estaba muy deteriorado y aparentaba tener muchos más. Siendo muy joven, y después de haber parido un solo hijo varón, había sufrido un accidente practicando unos saltos de trampolín en sus anhelos de ser campeona olímpica, desde la tragedia su vida transcurría sentada en una silla de ruedas, paralizada desde el cuello. Cada mañana, una fiel y paciente criada la levantaba de su cama y la colocaba junto a la ventana de la sala, donde pasaba las horas, con la mirada perdida, mirando un punto lejano, callada, siempre callada, sin pronunciar palabra.

Aquella casa de campo con solo personas mayores y sin juguetes ni columpios era muy aburrida para una niña de mi edad. No había nada con qué entretenerse y yo siempre fui una niña inquieta y traviesa. Recuerdo que pasaba horas angustiada por el tiempo marcado por un péndulo del viejo reloj que parecía no moverse, mientras daba vueltas alrededor de la sala, jugando a la ronda con mis amiguitos imaginarios y suavemente acariciando los viejos muebles de madera. Ten cuidado, me decían siempre los mayores, se mira y no se toca, mira con las manos y toca con los ojos…. Tienes que portarte bien y cuidar esos muebles porque son costosos y tienen muchos años. Pertenecieron a tu bisabuela, que se los dejó a tu abuela y a tus tías, están en esta casa de campo desde el siglo pasado. Cuando ya las tías se vayan al cielo, una de estas sillas será parte de tu herencia. La idea no me desagradaba. Desde siempre había sentido admiración por las sillas bordadas. ¡Eran bonitas, suaves y todo olía a flores!

-Sólo les falta que alumbren y empiecen a bailar - Exclamé un día en voz alta, (porque desde siempre he hablado sola…) creyendo que me encontraba sola en la habitación y sin recordar que la tía Camila estaba sentada frente a la ventana. Mi tía como nunca hablaba era parte de la decoración, como otro cuadro mas de la sala. En ese instante los ojos de la tía se abrieron y sus labios por primera vez se empezaron a mover intentando comunicarse, balbuceando intentos de palabras en bajos susurros. Primero me asusté un poco con sus intentos de comunicarse conmigo, pero al ver que seguía insistiendo me acerqué poco a poco y pegué mi oreja cerca de sus labios. Entonces pude comprender lo que trataba de decirme y fue cuando escuché la historia más fantástica que nunca me habían contado.
-¡Claro que se encienden, alumbran y bailan por las noches cuando todos duermen - La madera es como yo. Parece que está muerta, que está dormida, pero no lo está. Si tú te acercas y me abrazas y me acaricias con tus manitas suaves, me harás feliz, me voy a estremecer. Si me cuentas despacito y en secreto una historia al oído, me vas a entretener. Yo casi no puedo comer, pero las compotas de membrillo que me prepara la Jacinta me gustan mucho y mi lugar preferido de la casa es la sala, la ventana, desde aquí veo los más bellos paisajes de mi campo y cuando está abierta puedo oler la hierba fresca, recién cortada y a veces el aroma de jazmines y del galán de la noche del jardín. A la madera de esta casa le pasa igual, tiene vida propia. Ya sé que has notado al tocarla que tiene un suave tacto. El olor de estos muebles y de esta casa permanecerá en ti toda la vida; cada vez que lo sientas, revivirás los momentos que pasaste aquí. Aunque no te lo creas, la madera como tú, también sabe, habla, baila, se prende y te ilumina. ¿Recuerdas las ramitas que te dio el otro día el tío Tomas?- Yo asentí con la cabeza -Sabían a hierba luisa ¿verdad? Y por las noches, yo sé que siempre sientes miedo y te asustas mucho cuando oyes el crujir del viejo piso de madera que hay en el pasillo sobre todo en la mitad de la noche cuando alguien se levanta para ir al cuarto de baño; ese, aunque te parezca extraño, es el lenguaje del piso, el modo de comunicarse de la madera. Ya ves, ahora entiendes, así como tú y como yo, la vieja madera tiene vida propia. También sabe cosas, y habla, baila, se prende y te ilumina.

Todo eso me parecía fascinante e increíble y me quedaba boquiabierta. ¿Cómo iba la madera a prenderse y hacer todas esas cosas? ¡Ni hablar! Eran fantasías de la tía en su silla de ruedas, era imposible! La madera, no es luminosa. Como si aquella anciana que para mí seguía siendo misteriosa me estuviera leyendo la mente y adivinando cada uno de mis pensamientos, me siguió diciendo:
-Esta noche levántate después de las doce y llégate hasta la sala, verás lo que sucede – verás una luz maravillosa que iluminará todo el pasillo.

Aquella noche no pude conciliar el sueño. En cuanto noté que todos dormían, me levanté sigilosamente, y empecé a caminar sin zapatos. Despacito caminé en puntas como bailarina de ballet para no hacer ruido, y la madera crujiente olía a cera recién colocada. Bajé los escalones y llegué hasta el comedor cuando empecé a ver un resplandor que venía de la sala. Estaba muy asustada pero la curiosidad era más grande que mi temor. Cuando llegué al final del corredor, asomé la nariz por el orificio de la puerta; cientos de luciérnagas habían entrado por la ventana que había permanecido abierta para que entrara el frescor de la noche y revoloteaban sobre todos los muebles. La tía Camila estaba clara. La madera estaba iluminada. Desde aquel día, una deliciosa complicidad muy fuerte nos unió para siempre a mi tía y a mí. Ya nunca más sentí miedo. La sala se convirtió en mi lugar favorito y vivía añorando regresar a la casa de Chosica. Allí pasaría largos periodos de tiempo, escuchando las historias que me contaba mi tía y aquellas que me susurraban los muebles cuando los acariciaba. Todavía hoy, cada vez que entro en una casa que huele a madera, veo un resplandor y cientos de mis luciérnagas volando sobre la madera luminosa.

Las luciérnagas han sido parte de mi vida desde que tengo memoria…

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