Hablando del nino interior, mi querido amigo el escritor, poeta, critico literario, filosofo, de la cual soy FAN numero uno, el talentoso Panameno, Fernando Lopez Peralta me dio sus comentarios:
Un escritor es un niño. Alguien que extiende su percepción más allá de la prudencia, uno que no mide los efectos prácticos de sus acciones ni deseos, alguien que toca donde otro piensa, cierto sujeto que baila o juega cuando aquel ordena, mide y pesa. Los sentidos avanzan en una vanguardia que carece de retaguardia, es un modo de verterse en la realidad y de acogerla al mismo tiempo, una riña de amor sin estrategia. Si el niño tuviera la técnica literaria y la experiencia del adulto creo que la biblioteca universal ganaría en maravillas. Pero es justamente eso, la vivencia condenada a la fugacidad y a lo inefable que define la niñez, lo que clava la daga en esa vena que el escritor dejará un día fluir. Todos los grandes autores, meditó André Maurois, tienen como su motivo central, más o menos disfrazado, el tránsito de la infancia a la madurez, el abismo entre la emoción de las expectativas y el frustrante conocimiento de la verdad: “Las ilusiones perdidas” -dijo- “es el título secreto de toda novela”.
Soy el tipo de escritor que soy porque fui el niño que soy. Venero mi infancia pues ella me dio la plenitud, la curiosidad, la excitación y la divina ignorancia. Respeto mi madurez porque me enseña una manera de escribir que me da la dicha de contarle mi emoción de vivir a un par de personas…
Un escritor es un niño. Alguien que extiende su percepción más allá de la prudencia, uno que no mide los efectos prácticos de sus acciones ni deseos, alguien que toca donde otro piensa, cierto sujeto que baila o juega cuando aquel ordena, mide y pesa. Los sentidos avanzan en una vanguardia que carece de retaguardia, es un modo de verterse en la realidad y de acogerla al mismo tiempo, una riña de amor sin estrategia. Si el niño tuviera la técnica literaria y la experiencia del adulto creo que la biblioteca universal ganaría en maravillas. Pero es justamente eso, la vivencia condenada a la fugacidad y a lo inefable que define la niñez, lo que clava la daga en esa vena que el escritor dejará un día fluir. Todos los grandes autores, meditó André Maurois, tienen como su motivo central, más o menos disfrazado, el tránsito de la infancia a la madurez, el abismo entre la emoción de las expectativas y el frustrante conocimiento de la verdad: “Las ilusiones perdidas” -dijo- “es el título secreto de toda novela”.
Soy el tipo de escritor que soy porque fui el niño que soy. Venero mi infancia pues ella me dio la plenitud, la curiosidad, la excitación y la divina ignorancia. Respeto mi madurez porque me enseña una manera de escribir que me da la dicha de contarle mi emoción de vivir a un par de personas…
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