Sobre mi abuela


Aquella madrugada de insomnio, se me ocurrió abrir la caja en donde estaban los viejos retratos de la familia. Encontré uno de mi bisabuelo, el padre de mi abuela Caridad y me vinieron miles de palabras, pensamientos y recuerdos a la memoria; como si estuviera viendo una película en el cine, empezaron a desfilar en los caminos de mi mente estos personajes y a pintarse imágenes llenas de colorido. De repente, el dormitorio se llenó de olores mágicos y añejos. Pude sentir la fragancia de la canela y el clavo de olor del arroz con leche tan delicioso que comía cuando pequeña. Sentí la esencia de los pedacitos de cáscara de naranja mezclándose con leche -condensada y evaporada- y mucha azúcar. Se me hace agua la boca al recordar aquel arroz con leche de mi ya lejana niñez.

Me gustaría retroceder en el tiempo para volver a comer una delicia como aquella. Cierro los ojos y casi puedo saborearlo. En mi recuerdo vuelvo a tener seis añitos, un vestido de lunares con falda amplia y estoy corriendo en el jardín de la casa de campo en Chosica, a cien kilómetros de Lima. Huelo la hierba mojada, el aroma de jazmines y aquel olor especial y peculiar de la casa de mis abuelos. Que lindo es tener bellos recuerdos de la niñez. Son alimentos para el alma.

Eran muchos retratos que empecé a acomodar en el piso mientras “Gordita”, mi hermosa gata, frotaba como siempre su cabecita en mis piernas y se me quedaba mirando fijamente, para luego cerrarme los ojitos con dulzura como preguntándome que estaba yo haciendo despierta a las 3:00 A.M.. Miro detenidamente los retratos, y me quedo analizando las miradas ¡Qué ropas… Qué tiempos…Qué recuerdos! Cómo se pasa de rápido el tiempo cuando uno se involucra de cuerpo y alma con la memoria. Ya casi todos están muertos. En una bolsa plástica transparente encuentro unos poemas que escribió la abuela con su letra tan bonita, estos tienen más de seis décadas.

De repente siento que mis ángeles guardianes me susurran con fluidez al oído las palabras que mis dedos transcriben sobre el teclado de mi computadora con una velocidad que va más rápido que mis pensamientos. Siento su presencia detrás de mis hombros. No es la primera vez, pero ahora, ya mujer madura, puedo comprender y no dudar más de que toda mi vida mis ángeles han tratado de comunicarse conmigo de muchas maneras. También son muchas las veces que creo que es el espíritu de mi abuela que me cuida desde arriba y me visita cuando estoy dormida, he sentida su presencia en sueños muchas veces y hasta que me besa la frente. Al poco rato estoy recordando todo lo que me contaron de pequeña y lo que viví en carne propia. Tengo muchos recuerdos aún frescos y al recordar rompo en llanto porque me invade una emoción muy profunda. Es tanto lo que tengo dentro que a veces siento que voy a estallar. A veces siento que me estremezco de pies a cabeza y cierro los ojos para encontrar en los caminos de mi mente a una niña con cabellos dorados y ojos dulces, pero siempre tristes, que se derretían y deleitaban mirando a su adorada abuela, una mujer maravillosa: tan dulce, tan suave y al mismo tiempo tan fuerte, humana y generosa. Un ángel humano; pedacito del cielo, un ser de luz.

Mi abuela hizo cosas maravillosas por tantas personas y sin esperar nunca recibir nada material a cambio. Dar y servir era lo que la hacía feliz, sé que lo que buscaba era la Gloria Celestial, el Cielo para sus hijos. Era un ser de una generosidad y bondad como no he visto muchas veces en mi vida; por eso quiero lograr que su esencia llegue a muchas personas, para que puedan reflexionar y empezar a sentir, pensar, aprender y soñar. Ella amaba a Dios, la vida, la patria y la familia; amaba a los amigos y a toda la gente, pero sobre todo amaba el trabajo. La recuerdo, veo cómo vivimos la vida en este tiempo y no puedo dejar de preguntarme cómo hacía para convivir con tantas personas. Es tan difícil convivir con la familia, con la misma sangre, con los seres que amamos.

Con mi abuela aprendí a tener esperanza, a ser valiente ante la adversidad y de la fortaleza del espíritu, pero lo más importante que aprendí es lo importante que es adaptarse. Sí, porque una de las palabras más importantes del libro de mi vida va a ser adaptación. Atentamente escuchaba sus consejos y aprendía sus frases: Al mal tiempo, buena cara; si no estás con el que amas, ama a la persona con quien estás. De ella también aprendí que somos los arquitectos de nuestras vidas, que cada una de nuestras decisiones, correctas o incorrectas, definirán nuestros destinos. Cómo es posible que en cinco minutos nos cambie la vida para siempre, nuestro futuro y los problemas venideros como consecuencia de lo que decidimos hacer en determinados momentos. Dónde trabajar, con quién casarse, dónde vivir, cuántos hijos tener, cómo gastar o malgastar el dinero. Si hay que dejar el país, si hay que divorciarse, cuando decir que sí y cuando decir que no. Valdrá la pena romper un hogar por una aventura, por una infidelidad. Probar drogas, emborracharse o comer demasiado. ¡Decisiones, decisiones! tantas decisiones que tomamos en el diario vivir. Si resignarse y vivir en la depresión por la opresión o cambiar nuestros destinos. Tenemos que saber seleccionar a nuestros amigos, importantísima es la elección de nuestra pareja; aprender a amar, perdonar y aceptar a los de nuestra sangre aunque tengan miles de defectos y problemas, porque son “la familia”; pero, pregunto ¿tenemos que honrar padre y madre cuando nacemos y crecemos en un hogar disfuncional, cuando nuestros padres nos abandonan emocionalmente o cuando, a pesar de tener padres, estos son irresponsables y tenemos que crecer sin buen ejemplo, sin apoyo y con maltrato?

Todas aquellas vivencias se quedaron grabadas en mi mente y selladas para siempre en el corazón. Ahora, en la mitad de mi vida, tengo esta necesidad imperiosa de escribir todo esto que me pesa tanto y que llevo desde siempre por dentro. Siento que debo venerar a todos los ancianos y personas mayores maravillosas de mi infancia, de mi juventud y de mi vida de mujer madura, entrando en la tercera edad a una velocidad increíble. Tengo que apresurarme porque la vida se pasa en un suspiro, estamos aquí de paso y cuando nos damos cuenta las canas cubren nuestras cabezas y nos cuesta agacharnos.

Recientemente me di cuenta que mis ángeles habían estado enviándome mensajes por mucho tiempo, pero yo no sabía interpretarlos. Hace poco tome unas fotos dentro de una iglesia en Lima, con el celular de mi hermano, y en una de las fotos salió una figura que parece de humo y que forma perfectamente la figura de un Arcángel, se divisan las alas, la espada, la cara, es como si fuera un fantasma, una entidad de otra dimensión. Pareciera el Arcángel Miguel porque tiene una espada. Algunas personas al ver la foto inmediatamente identifican al Arcángel y se quedan asombrados, maravillados, otros dicen que ven una mancha y que es un truco de la cámara o nuestra imaginación que nos hace ver cosas donde no hay. Pero claramente se ve la cara de Miguel, las alas, la espada. Es Miguel que siempre ha estado a mi lado protegiéndome. El que me salvó la vida a mí y a muchos de los míos ya varias veces. Ahora comprendo tantas cosas.

Otro día, en uno de mis viajes a Lima conozco a una joven mujer de rostro bellísimo y nos hacemos muy amigas, después de algunas horas de conversación me comenta que desde niña ella se encuentra plumitas blancas. A veces las encuentra en su ropa, otras veces a la salida de su casa, en la cama, en los zapatos, en su abrigo. Ella las guarda desde siempre, en una bolsita de tela. Ese día me enseña las plumitas, son blanquísimas, delicadas, muy ligeras, no se parecen a las plumas de los pajaritos o de otras aves. Me las pone en la palma de mi mano, yo empiezo a temblar de emoción, siento una electricidad que me cubre el cuerpo y una presencia celestial, me erizo toda. La miro y le contesto con toda naturalidad: son las plumitas de las alas de tu ángel de la guarda que te esta dejando señales. Entonces le pregunto su nombre. Me contesta: mi nombre de bautizo es Gloria Angélica.

Desde ese día somos grandes amigas. Fueron nuestros ángeles quienes se pusieron de acuerdo para que nos encontráramos en uno de mis viajes a Lima. No fue casualidad. Nada es casualidad. Todo en la vida sucede por que todos tenemos una misión que está escrita en el libro de la vida. Entre nosotras estaba escrito que nos conoceríamos, que seríamos amigas, que nos reconoceríamos de inmediato.

El tiempo no perdona y se pasa volando; cada día es más rápido conforme vamos avanzando en los caminos del tiempo, nos vamos poniendo viejos. Constantemente me repito que sólo tenemos una vida, que es esta y no es un ensayo, es la escena real -it’s the real thing- y tenemos que aprender a vivirla, disfrutarla, entenderla. ¡Qué difícil es a veces ésta vida! o es que no es la vida la que es difícil, sino que nosotros lo complicamos todo. Me siento ansiosa porque quiero publicar los poemas de la Abuela Caridad, son tan lindos que cada vez que los leo se me hace un nudo en la garganta y me invade una emoción que me hace llorar. La abuela Caridad era un alma profunda y sensible; de gran sencillez y aprecio por las cosas simples de la vida, era feliz con tan poco.

Ella se convirtió en mi primera heroína y lo ha sido toda mi vida. Nunca me he tropezado con nadie como la abuela Caridad. Ahora puedo entender tantas cosas: sus poemas, sus silencios, sus lágrimas, su dedicación a los hijos -a los suyos y a los del viudo, mi abuelo José Ernesto-. Ahora sé porqué siempre estaba tan ocupada. Puedo darme cuenta que ella fue una víctima, además de una santa; un ser de luz, una mujer extraordinaria, en su época y en cualquier otra. A ella le fascinaban las flores, sobre todo las violetas. Tenía el jardín lleno de macetas con violetas frondosas y en flor de los más variados colores. Le gustaban las aceitunas, las almendras, las frutas secas, los quesos, las mermeladas, los higos, los mangos, comer una manzana cortada en ocho partes cada mañana a la hora del desayuno, granadillas y sobre todo le gustaban las chirimoyas y los plátanos de la isla. ¡Ah! Se me olvidaba, también le gustaba mucho la lúcuma, con la que me enseñó a hacer helados y flan que son una delicia.

Mi abuela era metódica, disciplinada. Después de ella la segunda persona mas parecida en cuanto a tener esas virtudes fue mi tía Antonia. En cambio mi madre es una mujer diferente, con una personalidad fuerte, inteligencia excepcional y aguda, bastante marcada por los golpes de su primera infancia. Una mujer que no puede alcanzar sus sueños de llegar a ser una famosa actriz a pesar del gran talento musical que lleva en la sangre, ya que desde pequeña su vida estuvo llena de obstáculos y tragedias. Belinda nunca aceptará que ella misma ha sido siempre su peor enemiga; seguirá siendo, a pesar de los golpes, una niña con comportamiento de consentida, siempre tratando de ser el centro de la atención porque nunca sentirá aceptación de nadie más que de su comprensiva y humana suegra, Caridad, que se muere cuando ella sólo tenía 29 años. La muerte de Caridad deja en la vida de Belinda un vacío enorme ya que nunca volverá a sentir el apoyo emocional ni el amor de madre que pudo conocer solamente por un corto tiempo.

Caridad y Belinda, mujeres víctimas cada una en su época de una sociedad hipócrita, de una cultura de dos caras, de un ambiente de vanidad y materialismo clasicista, muy cerrado y superficial. De hombres generalmente machistas, infieles, egoístas, insensibles y equivocados. Me refiero a aquellos hombres que no conocían la cocina de su casa ni sabían hervir agua y menos freírse dos huevos, no mencionemos cambiar pañales o levantarse en la noche a tranquilizar al bebito que esta llorando porque está mojado, siente cólicos o quizás por que le llegó la hora de tomarse el biberón. Estamos hablando de falta de compromiso, de dualidades e infidelidad; de la no existencia del espíritu de sacrificio sino de una tendencia a los abusos y mentiras, a la hipocresía, el robo y a la traición. Épocas en las que las mujeres fueron como adornos -trofeos-, otras únicamente sirvieron para que ser preñadas y traer hijos al mundo, algunas fueron las criadas fieles.

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