Una de las pruebas más duras que todos tendremos que enfrentar tarde o temprano será la muerte de un ser querido. Es muy difícil mantener las cosas en perspectiva cuando la muerte golpea la puerta de nuestra casa, ¿verdad?
En esta era, el hombre del 2009 trata desesperadamente de prolongar la vida, y hasta intenta vencer su poder--creyendo en su interior que podrá lograrlo. Los científicos y los médicos continúan desarrollando métodos extraordinarios para que los enfermos y moribundos vivan un poco más--medicamentos, trasplantes, hierbas, libros, medios mecánicos.
Sin embargo, la muerte continúa cosechando sin ningún tipo de prejuicios en lo que se refiere a edad, raza, nacionalidad, nivel social o educación. Es como el sol cuando sale, sale para todos. Es como la lluvia, la enfermedad, el dolor, la tristeza que no discriminan. Si los gobiernos fueran como la muerte.
La muerte sigue siendo inevitable, certera, cínica, cruel, dolorosa, pero real, muy real. Cuando te toca es que te llego tu turno. Aveces te escondes de ella pero nadie se escapa de su mano helada, de su afilado cuchillo. Todos hemos de tener nuestro encuentro con ella. No estamos exentos ni por dinero, ni por fama ni por la inteligencia que poseamos. Todos hemos de sucumbir. Los americanos dicen que todo tiene remedio o solución en la vida menos dos cosas: La muerte y pagar impuestos al tío Sam.
Ahora bien, como seres creyentes, ¿cómo debemos responder cuando muere un familiar o un amigo querido, nuestra mascota, el esposo, el hijo, la madre, la abuela, el vecino?
Muy poco antes que mi abuelita muriera, se incorporó en la cama y rezó con esa firme creencia en el cielo, en el paraiso celestial, en la otra vida. Luego volvió a apoyar su cabeza en la almohada y dijo: "Me voy a estar con Cristo, con mi adorado Fernando, a encontrarme con mi mamacita Maria Isabel con todos mis hermanos y todos mis seres queridos, no tengo miedo, estoy lista”
Mi abuelita siempre había dedicado su vida al Señor, al Padre Celestial, a su maravilloso hijo, devota de la Virgen de Guadalupe y de Santa Mónica y San Agustín, de San Francisco y del Papa Juan XXIII a quien había conocido en persona. Bendecida en abundancia y llena de bondad y generosidad hacia su projimo, estaba confiada de que pasaría la eternidad con el Señor. Tenía 74 años de edad cuando se fue a la gloria. Yo en ese entonces tenía casi 13. Se nos fue un 11 de Diciembre de 1966, un domingo. Desde ese domingo, ya nunca fueron los domingos tan especiales para mi. Falleció a la misma hora y el mismo día que la primera esposa de mi abuelito.
Cuando me dieron la noticia se me desmorono mi mundo de niña casi adolescente. Fue la primera vez que vi a mi padre llorar a cantaros. Mi madre la sigue llorando.
Nunca he visto a los muertos dentro de las cajas de madera en donde colocan sus restos. Pero si quise ver por última vez la cara linda de mi adorada abuelita. Cuando la vi me llene de paz, creía que iba a romper en llanto, pero escuche su voz o quizá la de mi ángel que me dijo: yo siempre estaré contigo. Y siempre he sentido su presencia.
Indudablemente la muerte de mi abuelita hizo que me sintiera completamente devastada, en cuatro semanas aumente casi 20 kilos de peso. Ya nunca mi mundo seria igual. A la mañana siguiente, mi tío Oscar, el sacerdote de la familia dio un sermón muy lindo sobre esta gran mujer que se había casado con un viudo con 10 hijos para darle 10 hijos mas, esta mujer angelical que había sido una madre para todos. Me he pasado la vida entera extrañando su amada presencia terriblemente. Por supuesto que sentía el dolor desconocido hasta su partida. Pero podía descansar en la confianza de que un día podría volver a verla.
El dolor es normal ante la muerte de alguien que amamos. Nos duele la muerte de otros creyentes, pero no como a aquellos que no tienen esperanza.
En la Biblia Jesús nos da estas palabras de consuelo: "No se preocupen ni sufran. Si confían en Dios, confíen también en mí. Allá donde vive mi Padre hay muchas moradas y voy a prepararlas para cuando vayan. Cuando todo esté listo, volveré y me los llevaré a ustedes, para que estén siempre donde yo esté" (Juan 14:1-3 BD). Esta es nuestra bendita esperanza como cristianos.
Por cierto que el proceso de dolor es totalmente normal para nuestro bienestar emocional y físico. Pero como cristianos no tenemos que ser consumidos por ese dolor ni tenemos que dejar que el enojo o la amargura echen raíces en nuestro corazón.
Por eso me encanta lo que dice Facundo Cabral sobre la muerte que dice que es una mudanza. Hagamos una oración al Señor agradeciéndole por la gloriosa esperanza que tenemos como cristianos. Agradezcamos que podamos enfrentar la muerte con paz, sabiendo que no es el fin, sabiendo que la muerte sólo es la puerta desde la tierra al cielo. ¿No es reconfortante saberlo?
PENSANDO MAS ALLA DE LA MUERTE
PENSANDO MAS ALLA DE LA MUERTE
La muerte persigue al hombre. A través de los tiempos poetas, filósofos y otros escritores han tratado de explicar, comprender y sobrellevar la realidad de la muerte.
El famoso escritor Ernest Hemingway estaba obsesionado con la idea de la muerte. Su padre, un intelectual, se había suicidado cuando Ernest era muy joven. Como resultado, Hemingway quiso demostrar a la humanidad que no le temía ni a la vida ni a la muerte. Irónicamente, en un arranque de ira y debilidad humana, a los 61 años alcoholizado y deprimido se quita la vida.
La Biblia reconoce que la muerte física es inevitable. En hebreos 9:27 leemos que "está establecido para los hombres que mueran..." En cierto sentido todos somos enfermos terminales. Todos hemos de morir a menos que Cristo regrese durante nuestra vida. Morir es tan natural como nacer.
Alguien dijo con acierto: "Los jóvenes pueden morir, los viejos deben hacerlo." La muerte física es el enemigo más obstinado y acérrimo de la humanidad. Pero no es el adversario más peligroso.
La Biblia distingue entre muerte física (que eventualmente todos debemos enfrentar) y muerte espiritual (que todos experimentamos de manera inicial). La muerte significa separación de algo o de alguien. Implica soledad. Como consecuencia de su pecado, el hombre comienza la vida separada de Dios y espiritualmente muerta.
Jean Paul Sartre, el famoso filósofo existencialista, observó con exactitud: "El hombre está solo." A no ser por una relación personal con Dios y un compromiso con El, el hombre está muerto espiritualmente y está muy solo.
La Biblia también menciona la muerte eterna o la "segunda muerte" (Apocalipsis 20:14). Esta muerte es una separación de Dios, pero separación eterna e irreversible. Todo el que rehúse entregar su vida a Jesucristo aquí en la tierra, ha de experimentar esta muerte eterna.
La Biblia también menciona la muerte eterna o la "segunda muerte" (Apocalipsis 20:14). Esta muerte es una separación de Dios, pero separación eterna e irreversible. Todo el que rehúse entregar su vida a Jesucristo aquí en la tierra, ha de experimentar esta muerte eterna.
La muerte física no es el final de la existencia del hombre. La cuestión es dónde pasaremos la eternidad usted y yo--en el cielo o en el infierno. No hay otra alternativa. La realidad de la muerte y el infierno debiera motivarnos como cristianos a compartir el evangelio de Jesucristo con los inconversos.
Aproximadamente 150.000 personas mueren diariamente en el mundo. La mayoría pasa a una eternidad sin Cristo. La historia a menudo ha registrado las últimas palabras de quienes se dan cuenta de que, por haber rechazado a Cristo, no tienen esperanza.
Voltaire, el conocido ateo francés, declaró: "En veinte años no habrá más cristianismo. Una sola mano mía destruirá el edificio que fuera levantado por doce apóstoles." Sin embargo, al enfrentarse con la muerte, exclamó: "Dios y los hombres me han abandonado." El médico de Voltaire expresó su asombro por el tormento espiritual que experimentó su paciente antes de pasar a la eternidad.
En contraste, el gran evangelista Juan Wesley declaró en su lecho de muerte: "Lo mejor de todo es que Dios está conmigo." Murió satisfecho y feliz de estar en la presencia de su Señor.
La muerte no tiene por qué obsesionar a los cristianos. Si hemos entregado nuestra vida a Jesucristo, tenemos un glorioso futuro esperándonos más allá de la muerte.
¿No da alegría y paz a nuestro corazón saber que esto es una realidad, al saber que más allá de la muerte hay un maravilloso porvenir junto a Dios mismo?
Yo soy de la idea de que aquellos que se fueron viven en nuestros recuerdos, y por eso hay que esforzarse para que nunca se mueran dentro de nuestro ser.
¿No da alegría y paz a nuestro corazón saber que esto es una realidad, al saber que más allá de la muerte hay un maravilloso porvenir junto a Dios mismo?
Yo soy de la idea de que aquellos que se fueron viven en nuestros recuerdos, y por eso hay que esforzarse para que nunca se mueran dentro de nuestro ser.
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