Y la lluvia sigue


Y la lluvia sigue, y llega con truenos bulliciosos, o sea que el ruido me ha despertado. Es algo así como las 3:00 A.M., solo que ahora mientras escribo me vienen por fin imágenes claras de la visita a San Bartolo y el centro de rehabilitación donde vive mi hermano adorado desde hace casi cinco meses.

Yo no quiero ni recordar esos momentos porque la tristeza se apodera de mí y al invadirme no me deja respirar. Estoy triste desde un 20 de Marzo y estamos casi a fines de Agosto. Ya no quiero llorar, es como si cada gota de lluvia fuera una lagrima vertida por cada segundo que estoy viviendo desde el día en que mi adorado hermano-hijo decidió irse a Lima a terminar de hundirse, a tocar el fondo, y ahora se enfermó y no sabemos si mejorara o si terminara muriéndose a temprana edad, pero hay que seguir un tratamiento. Los días se me hacen largos desde que se que tiene que quedarse en el Centro de Rehabilitación por mucho tiempo mas y que el se siente preso y no soporta mas.

No me quiero imaginar como cierra los ojos que ahora se volvieron ojerosos, y que tienen nuevas arrugas, ver como no disfruta la comida que le dan, paradójicamente, antes se quejaba cuando lo tenía todo, ahora se da cuenta de todo lo que perdió, de que todo esto se lo busco el y que tiene que morderse los labios para no decir palabras que formaron siempre frases de inconformidad. Nunca fue feliz, pero nunca había sido tan desdichado.

No extraña solo la comodidad de una cama con sabanas limpias, una casa llena de lujos y confort, agua caliente, una ducha que parece una catarata, ropa planchada, zapatos brillantes, un auto casi nuevo en la puerta, una tarjeta de presentación, un titulo, un nombre, antes era un señor, ahora es un paciente en una clínica para adictos a las drogas, para maniacos depresivos y bipolares, para aquellos que son los que la sociedad señala como los caídos, los fracasados, los inmaduros, los que no supieron controlar y manejar las situaciones de la vida. Que falta le hacen sus objetos e utensilios ordenados, sus libros, su ropa de marca, sus amigos, sus compromisos, las mujeres que le coqueteaban. Ahora vive en una casa muy modesta pero adecuada para que vivan otros que como el son victimas de la adicción a las drogas, solo que ellos, los otros, son pobres, son incultos, son de otro tipo de vida, vienen de otros medios.

Cuando vivía conmigo se pasaba la vida buscándome el pleito, no me dejaba comer porque no hay una persona en el mundo a la que le moleste mas que me haya vuelto gorda que a mi hermano, el hubiera querido que siempre luciera como cuando era jovencita y tenia cuerpo de sirena. El me quería “perfecta” y al volverme gorda lo había decepcionado.

La lluvia cae y salgo a la calle a caminar y empaparme, no quiero que se den cuenta que estoy llorando, que sufro porque se que el precio que se paga por los errores es muy alto, se lo dije tantas veces, pero nunca quiso oírme. Me doy cuenta de la dimensión de la ciudad, la noción de distancia, Lima se me hace lejana a pesar de que estamos a solo cinco horas de distancia, quisiera empacar y salir corriendo al aeropuerto y subirme en el próximo vuelo, sin decirle nada a nadie, llegar a Lima, tomar un taxi y aparecerme en San Bartolo para llevarle una canasta llena de delicias, ropa nueva, para darle un abrazo fuerte y consolador, para decirle que todo se va a arreglar y que mañana es un día nuevo y que el volverá a estar sano y que será feliz, que todo esto lo hizo madurar, reaccionar, recapacitar. Y es que hoy tengo su imagen de cuando era un jovencito tan amoroso y tan pequeño. Yo tenía tan solo 14 años cuando mi madre me lo puso en mis brazos y me dijo: "me tienes que ayudar y cuidarlo, y yo senti que era mi responsabilidad" . Ahora el tiene 41 y yo 55, y se que en este momento ambos lloramos.

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