Otra noche había llegado vestida de mal tiempo, gritando truenos lejanos y aullidos de perros, llovían lágrimas, en los techos brillaba la luna redonda, la gata escondida en una caja vieja, ojos cansados, ojeras pronunciadas, el olor de la madera mojada.
En la humilde posada sonaba música mezclada con los gritos de hambre del recién nacido, la mirada larga de los otros niños. Eran muchos, todos desnutridos, pálidos como fantasmas, angelitos sin alas que no llegarían a la escuela primaria, que se morirían cualquier mañana por falta de pan, trigo y abrigo.
El tufo de la pobreza, los perros callejeros que servían de frazada calentando a los pequeños en la terrible penumbra. Se acomodaban, se apretaban, tenían los huesos fríos, el vacío infinito del hambre.
La madre no cerraba los ojos, cargaba en su manta serrana a tres de sus ocho hijos, ¿dormía acaso con los ojos abiertos? Soportando el dolor de la miseria en su rota espalda, hurgando con sus dedos la tierra mojada. Se acomodó en una esquina hasta que pudo conciliar el sueño.
Dormía cuando sus Ángeles aparecieron y susurros celestiales oiría acariciando sus anhelos. Chancay con mantequilla saborearon sus papilas gustativas.
Esa noche larga tardó en convertirse en nuevo día, la luz creció con nubes bajas, pudo tocarlas con sus manos. Bebieron todos las gotas de garúa. El viento siguió dormido, recostado sobre el espejo de los charcos.
Salieron todos temprano, a buscar la limosna, era mendigando en la puerta de la Catedral de Lima como se ganaban la vida.
Primitiva era su nombre, ocho hijos tenia, todos de diferente hombre. No tenia candado en su puerta y así era como los hijos en su vientre aparecían. Eran hijos de violaciones, de hombres que a su morada llegaban y a quien tocarla les permitía.
Todos iban callados, el aire sonaba fuerte en sus bocas. Entrando por la nariz que tenían roja, en carne viva.
Tenían los ojos fijos en el horizonte lejano, buscando con el pecho agitado, cuando llegó la voz esperada:
- Un partido de fulbito dijo uno de los grandecitos –
Mientras pateaba una pelota de trapo.
Gritaron casi todos a la vez, los cinco hermanos corrieron detrás de esos harapos que hacían felices a los muchachos.
Gol, gritó uno de ellos en el arranque, el más cachorro.
Los ojos de los otros siguieron fijos la pelota, sin perderla.
Por un instante se les olvidó el hambre. Rieron contentos, sudaron su mugre vieja. En el color del paisaje de la barriada, en su miseria mezclada con las voces infantiles, apareció un aura mística.
En aquellos ojos reapareció la vida.
Un alboroto.
Primitiva gritó, sacó un palo que llevaba escondido. Y dos de ellos corrieron asustados. La humedad les hacia moquear la nariz.
Escondidos y traviesos sonreían felices.
En el rostro del niño el gesto se mantuvo unos segundos, señaló con el dedo y sí, esa era una verdadera sonrisa.
De la otra mano sacó un Chancay enorme y todos se quedaron mirando el banquete.
Se escuchó desde el cielo una voz:
- Déjalos..., que se lo coman..., no ves acaso que están pasados de hambre...!
Y Primitiva le dio de comer ese día milagroso a todos sus retoños.
Me ha encantado este post, me encanta seguir tus escritos......
ReplyDeleteSE QUE HACE DIAS QUE NO TE COMENTO,
ANDO CON MUCHOS LIOS,te pido perdon
PERO POR FAVOR
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BESOS
ANGELS.