En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo se celebra el Día de la Caridad. No ha sido fácil espantar los fantasmas que la asedian. En los dos últimos siglos son muchos los que han denigrado a la caridad. Se ha repetido hasta la náusea que la caridad es una ofensa, si no se instaura la justicia.
En su encíclica “Dios es amor” Benedicto XVI cita a los que dicen que “los pobres no necesitan obras de caridad, sino de justicia. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad”.
El Papa reconoce lo que hay de verdad en esta forma de pensar: “Una norma fundamental del Estado debe ser procurar la justicia; el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno su parte de los bienes comunes, respetando el principio de subsidiaridad” (DC 26). Citando a San Agustín, añade que “un Estado que no se rija según la justicia se reduce a una gran banda de ladrones”. Así que “el Estado se encuentra inevitablemente ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora” (DC 28).
“El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. Siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (DC 28).
La bofetada de la crisis social y económica ha despertado a muchos de su sueño de buena digestión y playa con palmeras. Los pobres existen. Viven junto a nosotros. Y forman parte de nuestra familia. Y, por escandaloso que parezca, no encuentran respuesta en las instituciones que dicen procurar la justicia.
Es la caridad -Caritas- la que está atendiendo a los inmigrantes y a los hambrientos, a los desempleados y a los trabajadores que llevan meses sin cobrar. Es la caridad la que está creando programas de formación para los niños, ofreciendo becas a los jóvenes y socorriendo a los que sufren un terremoto.
La caridad no exime de su responsabilidad a los que tienen que promover la justicia, recortar gastos inútiles y crear fuentes de riqueza. Pero la caridad nos recuerda que los desheredados de este mundo no pueden aguardar hasta que se cambien las estructuras.
José-Román Flecha Andrés
Publicado por Hermanos Misioneros en 31.5.10
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