Los domingos sin la abuela


Otro pedacito de los Sapos no saben leer...

Sol empieza el domingo contestando todos los mensajes que puede. La acaban de operar de un tumor benigno y debe guardar reposo. Logra calmar las quejas de su madre que es tan dominante y que la absorbe, sufre en silencio la indiferencia de sus hijos que la han tirado al abandono total, como si no existiera, el falso orgullo de sus hermanos, la envidia de algunos que no soportan su triunfo profesional, su belleza, talento y grandes logros, su fama y dinero, y el hombre que ama en secreto que es tan joven como su hijos, se fue a vivir a Alemania con una mujer para resolver su vida, y ahora casado dice que no puede sacarla de su cabeza y la busca, y el sinverguenza descarado y cara duro no tiene pena en decirle que lo tuvo que hacer por salir de la pobreza. El hombre con quien tuvo unas noches prohibidas en un viaje de negocios, le escribe desde Alemania poemas llenos de mentiras y excusas y ella siente asco y rabia porque no entiende como pudo enredarse con un hombre que solo buscaba la aventura y como ella no pudo evitar caer en su trampa.

Sol sentada en su cama, con el dolor de la reciente herida, no sabe si le duelen los puntos o saberse vilmente burlada y traicionada. Llora, llora cuando nadie la ve ni la escucha llorar. Cansada, aburrida, deprimida, harta.

Es domingo, y pasa las horas sentada en la sala escuchando boleros hasta que llega la noche. De vez en cuando se levanta a comer cualquier cosa. Sol tiene los recuerdos de su juventud, las fotos de sus hijos, momentos felices que quedaron plasmados en esos retratos. Recuerdos, memorias, todo parece tan lejano y por momentos parece que fue ayer. Las fotos del hombre que fue su marido y que nunca la hizo feliz. La hija de su primer pecado que le ha quitado el habla y no quiere saber de ella. El hijo que convencida por la hija mayor ha dejado de hablarle y de llevarle a sus nietos. Hace meses que no los ve, le duele pensar que ellos ya ni se acuerdan de su abuela que los quiere tanto, tanto. Es un dolor que la atormenta, que no la deja respirar. Nadie podría sospechar al verla operativa y profesional en su oficina, la tristeza y el drama de su vida. Sol se maquilla de lunes a viernes cubriendo sus secretos, es alegre, triunfadora, una mujer que esconde su tragedia. Nadie la mira pensar. Nadie se imagina lo que lleva por dentro.

Recuerda como cientos de domigos iba algunos días a cocinar a casa de su abuela, se echaba al lado de quien era su persona favorita en todo el mundo y dormían la siesta juntas, aunque ella se quedaba despierta mirando la carita arrugada de su viejita y lo rara que lucia sin su dentadura postiza. Y muchas veces mientras la veia tomar su desayuno en la cama y escribir en su diario, le ponía dos pastillitas para endulzar su café, la ayudaba a comer granadillas, manzanas, papayas y mangos. De su abuela habia heredado el gusto a comer mucha frutas. Y todos los domingos iban juntas a la Iglesia y antes de comulgar le daba un beso en su cabeza y la llenaba de besos y bendiciones.

Al volver de misa todos los domingos llegaba a las catorce horas el resto de la familia y eran tardes de tertulia y barullo, bullas infantiles y desfiles de talentos musicales y literarios, eran domingos fabulosos en casa de la abuela de Sol una mujer muy especial, como suelen serlo todas o casi todas las abuelas.

Muy lejos, Sol la ve en sus recuerdos muy lejana. Plegada sobre sí misma. De vez en cuando dejaba escapar un profundo suspiro. La abuela lloraba mucho, se rodeaba de muchas personas, mujer dedicada a grandes eventos de caridad, entrega al servicio, devota y beata, practicante de todos los mandatos de Dios.

Las personas que llegaban a verla, la familia y los que no lo eran, llegaban con terribles dramas, problemas y quejas y la abuela de Sol firmaba cheques aliviando y aminorando la cruda realidad cada persona, la de la joven viuda, de la madre soltera, de la madre que no tiene como llenarle su barriguita a sus hijitos, pagaba escuelas, estudios universitarios, carreras, libros, viajes y hasta bodas.

Sol recuerda a su abuela, callada, dulce, amorosa. Le gustaba oirla contar la historia de sus dias mozos, la llenaba de preguntas, mientras se ponian a plantar geranios y violetas en frondosas macetas. Hablaban de muchas cosas, la nieta y la abuela, mientras hilaban una historia con otra. De sus doce embarazos y la ausencia del abuelo, de la primera y segunda guerra mundial. Como sus hijos fueron a la milicia y a la guerra. De la guerra al campo de concentración. Del campo a los compañeros fusilados y alli paraba y el llanto no la dejaba continuar. De como su hija, la madre de Sol, habia enviudado tan joven. Sol conocia la historia de su abuela y de su madre desde la infancia hasta el final de sus dias.

Hablar calmaba a la abuela, oirla hablar calmaba a la nieta, sólo entonces parecían calmarse y contentarse ambas, era como que todos sus fantasmas cobraban vida, y eso las hacía sentirse menos desoladas. La miraba escuchar atentamente, reírse con su risa alegre y traviesa hasta caerse de la cama, repetir las letras de las canciones, y sus recetas de cocina que guardaba como un tesoro porque eran secretos de famila. Era entonces cuando parecía estar en paz con el mundo, Sol y su abuela en 1965.

Qué soledad la de esa mujer tan generosa. Qué amor más profundo el de esas dos mujeres unidas por la sangre y el amor maravilloso que se profesaban. Sol nunca ha podido olvidar a su abuela, nunca, la lleva presente en su vida, en sus actos, y todos los domingos es cuando en ella piensa y al recordarla intensamente la echa de menos como si no hubiese pasado el tiempo.

Y el alma de poeta de Sol camina por las calles de su infancia mientras se aferra al retrato de su adorada abuela.

Y a los poetas ¿qué es lo que les angustia? que es lo que los hace escribir, el dolor, el amor, el fracaso, la distancia, perder a los seres amados, no poder olvidar los momentos felices, vivir acaso en una ciudad fantasma o imaginaria, Sol, se pregunta ¿porqué no probar suerte en otro sitio más agradecido, en vez que quedarse aquí persistiendo? ¿Qué hay en su vida que la retenga? No puede levantarse y prepararse un trago porque la acaban de operar. Tiene horas sentada en la oscuridad, otro domingo en terrible soledad. Quisiera emborracharse, tomar pastillas y dormir.

Es el día más largo de la semana, en el rincón de su cueva, con mucha inquietud y desasosiego y piensa que le gustaba comer la fruta del plato de su abuela. Comerla y que ella la viera con esos ojos que le brillaban y eran todo amor. Su recuerdo le calienta el alma, la revive, la llena de fuerzas. Tiene que recoger los frutos que su abuela le dejo de herencia. Tiene que volver a empezar.

Comments

  1. Los seres que parten nunca se van, nunca nos dejan, se quedan en el lugar más importante, en nuestro corazón, es allí donde viven, desde allí nos aconsejan, desde allí nos guian... hermoso fragmento de Los Sapos...

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  2. Princesa, este relato dejado mudos y boqui-abiertos a los sapos que no saben leer! Y mientras exista el dulce recuerdo por la tierna, amable y bondadosa abuelita su existencia perdura, mientras llega el día de reunirnos, en el lugar de la armonía, de la perfección, del éxtasis, acompañados de las melodías celestiales e iluminados por la luz divina!
    Un Besito Marino

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