Nicolás,
Te estaba extrañando.
Gracias por compartir estas líneas tan llenas de talento. Lindo, como siempre me dejas encantada con esa forma y el fondo de tus palabras que encierran tanto. He visualizado la mesa, las esquinas, y me has hecho pensar en la cantidad de vasijas de lagrimas que he derramado en mi vida pero también las cajas llenas de sonrisas, en como he ido juntando los pedacitos de mi vida y he remendado con aguja y con hilo todas las rupturas de mi traje de ilusiones y las docenas de botellas llenas de silencios que se han convertido en suspiros y gemidos cuando he querido vaciarlos en mis copas de cristal. Mi lazo es ancho y de terciopelo rojo, las cartas fueron escritas por mi abuela, cartas que llegaron a mis manos muchas décadas después y me hicieron conocer a esa mujer mágica que fue madre de 20 varones y 2 doncellas sumisas y pías. Todo lo que soy y lo que se, se lo debo a mi abuela.
Hace días que no escribo nada y me siento encarcelada, coja, manca desde que se me rompió mi ordenador (mi hermano me la infecto con cientos de virus) pero hoy en la noche me la arreglan y voy a poder hacer lo que mas me gusta, lo que me alivia, lo que me llena, vaciar las letras, convertir mis pensamientos en frases que algún lector agradecido pueda recibir, como yo hoy al recibir tu relato, tu visita que me cambia el animo, que me despierta del letargo de un día de esos en que uno necesita un angelito de apellido Carrera y que lleva el nombre del hombre que se robo mi corazón hace mas de 28 abriles de mi adorado Nicolás que se que me mira desde el cielo en donde brilla junto con todas las estrellas.
Gracias Nicolás… un fuerte abrazo y muchos besos de luz
Mary Elizabeth (Mariangeles)
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Querida amiga:
Desnudo la mesa, como lo haría con el cuerpo de una mujer, despacio, lentamente, dejando que cada esquina vaya apareciendo ante mis ojos. Sólo quedan algunas velas, lunares en la piel.
Sus sombras se alargan lentamente, mientras el sol va cerrando su actuación, cada día mas temprano.
Desparramo mi frasca de letras, aquella que lleva tiempo olvidada en la alacena, coloco en una esquina la vasija con mis lágrimas y en la otra la cajita llena de sonrisas.
Un lápiz, un papel, trocitos de un corazón unido con tiritas. Una botella llena de slencios, que vacio en un vaso de cristal azul. Atadas con un lazo de seda verde, hay un montón de cartas empezadas, sin terminar, no llevan remitente, no está escrito el destinatario.
Enciendo una barrita de sándalo, cierro los ojos y su olor me envuelve. Los últimos rayos de sol bailan sobre una cajita olvidada en un lado de la mesa, es mi colección de “lo siento” aquellos que he ido guardando cada vez que me los he dicho a mi mismo, colección interminable de errores.
Me giro y enciendo los altavoces del ipod, como si este fuera aquella lámpara mágica del desierto, no aparece un genio para darme tres deseos, y sin embargo me ofrece un caudal de sentimientos empaquetados en canciones.
Y aquí estoy, un día más, una vez más, intentado encadenar palabras, bañando el papel en la vasija de lágrimas, poniendo al lapiz la mina de mis sonrisas para escribir con ellas.
Quizás empiece una nueva carta, que seguramente no llegue a terminar, sin destinatario, sin escribir el remitente, luego desharé el nudo del lazo de seda verde y la pondré junto a las otras.
El sol ha bajado el telón, el verano se retira corriendo. Acaricio la mesa, igual que si lo hiciera en el cuerpo desnudo de una mujer, sintiendo cada poro, evocando las veces que la vestí de blanco, virgen e inmaculada. Y con cada caricia siento que la mesa palpita bajo mis manos.
Es hora de recoger la mesa, despacio vuelvo a vestir su piel desnuda, como si acabasemos de hacer el amor, mientras Dire Straits canta: “Y que tienes al final del día, una botella de whisky y un nuevo conjunto de mentiras…”
Nico
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