No me gusta cuando la melancolía se posa sobre mi alma y me oprime el corazón. Tengo mucho tiempo sintiendo un hueco muy profundo, clavos, espinas, tristezas hondas, llantos que me invaden y no se quieren ir.
Preferiría que no volvieran viejos fantasmas que convierten mi soledad buscada en una soledad repleta, en la que me es difícil moverme. Sigo estacionada.
Me cuesta salir de esos estados en los que la compañía no existe porque mi mente está demasiado ocupada en no estar y buscar lo que parecía haber encontrado.
No puedo explicar la sensación de vacío, porque realmente lo que hace es llenarme, saturarme, impedirme pensar con claridad y convertir cada tarea en un mundo, porque no parece haber forma de salir del círculo, las horas se me hacen infinitas, largas.
Porque es eso, ciclos que vuelven y van y, al menos, ya no me amargan ni entristecen. Sólo me dejan como la flor mustia en el calor del mediodía, el árbol que pierde las hojas y dobla las ramas para taparse, la marea que parece que no va a volver nunca porque baja y baja (aunque sea para subir en otro lugar).
Y mis raíces tiran de mí hacia dentro, porque necesito parar, tomar aliento, respirar y elegir de nuevo la dirección, porque me gusta seguir sola, pero extraño el cariño y a muchas personas que ya partieron, que ya no son, que se fueron para siempre, para vivir en los recuerdos, en el huerto de mi alma.
Se juntan las ansias y los anhelos con la realidad y todo parece confuso, aunque los ojos lo vean nítido. Y sólo me apetece dejarme llevar, pero por nadie más que por mí misma y mis pensamientos, aún a riesgo de volver a perderme en mi mundo interior.
Me gusta saber que conozco el camino busco la luz. Al menos así, el ciclo parecerá más corto.
El color se convirtió en luz y desapareció entre lo pliegues de mi falda. Ahora el único brillo que iluminaba la habitación provenía de mi sonrisa, que ocultaba la tristeza de los ojos, felizmente. Porque no quería confesar que el penar me pesaba en el alma y no podía desprenderme de esa sensación de vacío e incomprensión, porque no lo entendía.
Mantuve mi atención en la conversación, a pesar de que mia pensamientoa una y otra vez intentaban alejarse y volar. Pero no podía olvidar de que ahora las lágrimas que tocaba enjugar eran de otra persona. Cogió la mano y la mantuvo suavemente acariciada para ofrecer el apoyo que ahora se le requería.
Y, poco a poco, su luz se fue haciendo más brillante y comenzó a convertir en arco iris multicolor las lágrimas que tocaban a su fin, porque con aquella luz, la oscuridad, incluso de espíritu, huía con el rabo entre las piernas para no volver en mucho mucho tiempo.
Tres horas después, en la soledad que siempre me acompaña, reflexione sobre la ligereza e insustancia que podría tener una vida si sólo se derramaban lágrimas por los motivos equivocados. Lo difícil era encontrar el motivo correcto, pensó. E, inmediatamente, dejó de llorar. No iba a ser ella la que llenase los vacíos con la salada agua que los ojos derramaban. No iba a ser ella la que penase por cuestiones irrelevantes, sobre todo cuando la luz le devolvía, una y otra vez, a ese punto inicial en donde la ilusión se mantenía viva y no se dejaba avasallar por la rutina diaria, por los golpes de la vida, por la ingratitud, por la indiferencia, la injusticia, el desamor. Me puse a rezar, apretando los ojos, juntando las manos, buscando la presencia de mis angeles, escuchando susurros que empezaron a acariciar mi espiritu, mi alma. Padre Nuestro que estas en los cielos no me abandones, te pido fortaleza, te doy las gracias por todo lo que me das.
Y el alma dejó de pesar tanto.
Aunque aún le quedaban tormentas por capear.
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