Soy esa mujer de pueblito de extrema pobreza que vive muy lejos de la ciudad, una cholita de Ventanilla. Mi marido me dijo, oye Rosa, yo ya no tengo fuerzas. Me quedé sin trabajo y sin plata. Y el niño que no para de llorar. Tranquilo, le dije. Algo tendremos que hacer. Yo no me voy a rendir, y espero que tu tampoco. No, yo tampoco. Perfecto. Entonces vamos a resistir. Vamos aguantarnos, vamos hacerlo. Vamos a resistir como ayer resistió mi madre y la tuya. Y así lo hicimos.
Hay que ganarse la vida con dignidad, le dije. Si la única micro que pasa por esta parte de Lima, pasa cada media hora, llena hasta la pisadera, hay que caminar veinte cuadras de la casa, bajar el cerro, pasar por los arenales, entonces debemos estar preparados. Estábamos todas en la misma.
Las mujeres que ayer solo éramos hijas, hoy éramos hijas y también madres. Oiga vecina, me mira un ratito al Pedrito, que con esta cuestión que le dio al Felipe, ya no tengo con quien dejarlo. No se preocupe vecina, usted tranquilita, que yo me encargo. Pucha vecina, se pasó. Usted si que es buena gente. No sé cómo darle las gracias. Vaya no más.
Entonces agarré al Felipe, lo arropé bien y me lo llevé en brazos hasta el paradero. Nos subimos como pudimos, nadie nos ayudaba, nos empujaron, nos metimos entre un mar de gente, nadamos tratando de encontrarnos, y un vecino me mira, me reconoce y gracias a Dios me da el asiento, y le digo emocionada gracias, y sentada espero, y se me va la tarde, y se me va la noche, y esperando se me pasa la vida, y volvemos a la casa cansados, fatigados, agotados -mas bien resignados-, y con mi cabeza pegada a la ventana me quedo un rato sentada, pensando en los sueños imposibles, con el Felipe acurrucado entre mis brazos, quizás llorando, quizás durmiendo, quizás sintiendo miedo de la noche que no conoce, con hambre vieja, y yo pregunto –me pregunto- hasta cuándo va a durar todo esto, hasta cuándo podré soportarlo. Entonces recorro con la mirada las luces fracturadas de la ciudad en la que vivo. /Y veo cómo nuestro futuro se muere en las esquinas /Y veo cómo otros -quizás cuántos- se alimentan de nuestras desgracias. /Y me quedo esperando ingenua la explicación que no llegará. /Y espero y esperando se me pasa la vida.
Pero siento que todo es más simple, y a pesar de que me caiga rota en miles de pedazos sobre un pedazo de colchón viejo y gastado, con el cuerpo destrozado del día y de la noche, del dolor de cuerpo, de la vida, del olor a tierra mojada, mirando al Cristo Moreno le rezo, la doy las gracias porque aún confío en la gente que vive a mi lado. Y aquí estoy: viva. Viviendo, respirando, existiendo en la cruda realidad que vivimos los olvidados, las madres pobres, las pobres madres.
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