Quiero que sean felices

Ya no me tengo que maquillar como antes y he simplificado mi vestuario, me atrevo a salir a la calle con la cara lavada oliendo a colonia citrica, una cara conocida me sonríe y levanta la mano en forma de saludo, un desconocido me hace preguntas en el supermercado porque lo han movido todo de lugar y no encuentra nada, La cajera que me conoce de mucho tiempo y que es peruana se alegra de verme y me pregunta como preparar un caucau, la mujer en la cola pone cara de pocos amigos y mira con envidia como mi esposo me ayuda a sacar los productos del carrito de compras.


Es domingo 15 de febrero y busco en mi vieja Biblia unas palabras de Juan y me encuentro entre las páginas una foto de mi madre y se me encoge el alma, mi cuerpo se estremece y siento un escalofrío, trato de no llorar, de controlar mi llanto, pero no puedo, No me acostumbro, es domingo y ella pasaba todos los domingos conmigo, con nosotros, en mi casa. Me hace tanta falta su voz, su mirada. Era mi madre y yo para ella era su mejor amiga, su hermana, su hija, su madre.


No puedo vivir de recuerdos, no quiero pensar en el pasado, pero no puedo evitarlo. Me siento en la sala y me imagino que todas las personas importantes de mi vida siguen vivas, que en un rato empieza la fiesta. Me acuerdo de muchos días luminosos, de muchos domingos en familia cuando era apenas una quinceañera y me encantaban los sombreros y las botas de vaquero, los domingos en el campo, en casa de los abuelos, los veranos en la playa, los viajes.
    
Cantaba baladas y las canciones de Serrat y de Cabral, gran bailarina y presente siempre en las discotecas de moda, mis amigas todas talentosas y guapas.
Mi padre en su uniforme de piloto comercial, mis hermanitos rubios, bonitos y valientes.
Ahora disfruto cada instante porque ya entiendo el valor de los momentos inolvidables, la primera vez que tuve entre mis brazos a mis hijos, a mis nietos, a mis hermanos, a los hijos y los nietos de mis amigas queridas, sus primeros pasos, sus travesuras, sus tropiezos, las noches en blanco, los llantos. Uno quiere ser bombero el otro quiere ser director de cine, soldado, cantante, payaso, paracaidista, piloto, chef, rico, famoso. Yo quiero que sean felices.
 
No quiero tener cosas viejas en casa. Me he llenado de cosas buscando llenar los vacios, los huecos enormes que dejan las ausencias. Quiero tener muñecas, muchas para que cuando llegue de visita mi nieta pueda jugar con ella.
 
Tengo guardado un viejo pantalón porque cuando vuelva a recuperar la figura... quiero viajar a tierra santa y enterrar mis dedos en la arena.
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Quiero vivir enamorada de la vida, del amor, de mis seres queridos, disfrutar de todos los momentos simples. Limpiar los dedos marcados de mis traviesos nietos en la puerta de vidrio que da al jardin, donde ayer jugaban felices y bulliciosos, me dejaron la casa patas para arriba y al encontrar un pedazo de pan debajo de la mesa y recoger un zapatito levanto mis ojos mirando agradecida al inmenso cielo. Y sueño momentos no vividos, los imagino.

Es tarde, mi esposo apaga las luces de la sala. Busca mi mano y me invita a ver un programa en la tele.


En la Biblia encuentro un poema en una servilleta de papel. Simple pero tan profundo. Momentos. La felicidad nos llega en cuotas de quince minutos.
Recuerdo como flotaba en sus brazos enamorada, recuerdo como mi madre acariciaba mi rostro y me consolaba, recuerdo los primeros pasos de mis hijos, sus primeras palabras, sus preguntas y quisiera tener el poder necesario para ordenar que en ese mismo instante se detuviera el tiempo.


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