Escrito por Rafo Leon -
Empezamos dos, Carmen Rosa y yo. ´Vivíamos relativamente cerca, nos conocíamos como se conoce la gente del "todo Lima" y a la vez que compartíamos ese código, lo despreciábamos. Nos unieron dos cosas: la risa y el diván del mismo psicoanalista. Un día ella salía de consulta y yo entraba, en el cruce le dije para tomar café y de inmediato me dijo, "ya, ven a la casa". Su casa, maravillosa, llena de arte, de antigüedades pero absolutamente marcada por la luz de una mujer única,... que hoy habría cumplido 72 años. En esa tarde de junio yo decidí que Carmen Rosa iba a ser la mejor amistad que yo habría de tener en mi vida, y cumplí con mi designio.
Empezamos dos, Carmen Rosa y yo. ´Vivíamos relativamente cerca, nos conocíamos como se conoce la gente del "todo Lima" y a la vez que compartíamos ese código, lo despreciábamos. Nos unieron dos cosas: la risa y el diván del mismo psicoanalista. Un día ella salía de consulta y yo entraba, en el cruce le dije para tomar café y de inmediato me dijo, "ya, ven a la casa". Su casa, maravillosa, llena de arte, de antigüedades pero absolutamente marcada por la luz de una mujer única,... que hoy habría cumplido 72 años. En esa tarde de junio yo decidí que Carmen Rosa iba a ser la mejor amistad que yo habría de tener en mi vida, y cumplí con mi designio.
Sin afectar nuestra complicidad, se sumó Pilar con todo derecho, al poco tiempo Jimena y su inteligencia y ese saber todo lo que pasaba en el mundo sin salir de su casa. Al poco tiempo Susy, genial, brillante, otra vez el sentido del humor que no perdona un minuto de reverencia a nada. Tere y Arturo, un matrimonio igual de leve, Roberto y su negrísima manera de reír. Por ahí circularon pero por poco tiempo personas tan queridas como Sari o Bárbara.
El tiempo pasa, y a cada uno de nosotros nos afectó de distinta manera. Los que teníamos edad y fuerzas comenzamos a trabajar en cosas distintas que nos alejaban de la asiduidad de nuestros célebres lonches dominicales. Otros, otras, rendidos por la inercia de los años se enconchabaron y decidieron vivir casi sin ver a nadie. Carmen Rosa murió, y yo casi la sigo, como el perro que aguarda junto a la tumba de su amo. Pero nada, maquillé su cadáver, y hasta el día de hoy converso con ella como si la tuviera a mi lado.
Anoche nos reunimos a recordar a Carmen Rosa los sobrevivientes, y una vez más descubrimos que se puede exorcisar al tiempo a pesar de su erosión, porque volvimos a ser los mismos de hace veinte años, con algunos kilos de más y unos ahorros también de más. Antes de dormir me quedé pensando que sin esta etapa en la que la amistad regeneró en mí un tejido que me faltó desde mi nacimiento, es probable que no hubiera aguantado la presión de la soledad y el desprecio hacia mí mismo.
Contra mi rechazo al sentimentalismo, acabo de escribir un tratado.
El tiempo pasa, y a cada uno de nosotros nos afectó de distinta manera. Los que teníamos edad y fuerzas comenzamos a trabajar en cosas distintas que nos alejaban de la asiduidad de nuestros célebres lonches dominicales. Otros, otras, rendidos por la inercia de los años se enconchabaron y decidieron vivir casi sin ver a nadie. Carmen Rosa murió, y yo casi la sigo, como el perro que aguarda junto a la tumba de su amo. Pero nada, maquillé su cadáver, y hasta el día de hoy converso con ella como si la tuviera a mi lado.
Anoche nos reunimos a recordar a Carmen Rosa los sobrevivientes, y una vez más descubrimos que se puede exorcisar al tiempo a pesar de su erosión, porque volvimos a ser los mismos de hace veinte años, con algunos kilos de más y unos ahorros también de más. Antes de dormir me quedé pensando que sin esta etapa en la que la amistad regeneró en mí un tejido que me faltó desde mi nacimiento, es probable que no hubiera aguantado la presión de la soledad y el desprecio hacia mí mismo.
Contra mi rechazo al sentimentalismo, acabo de escribir un tratado.
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