Se miró
al espejo y encontró un hombre viejo. Se
había vuelto calvo y ojeroso. Su frente plagada de arrugas marcadas y su piel
marchita y cansada. Esa mañana había admitido, sin tristeza ya, que su vida
carecía de matices llamativos, que era un perdedor, que estaba solo en un mundo
con personas que lo ignoraban. No tenía
empleo. No tenía familia. No tenía mujer. No tenía hijos. ¿amigos? ¿hermanos? Lo habían eliminado de
sus vidas, por indeseable, por drogadicto, por vago, por mentiroso y chismoso.
Lo habían acusado de vividor. No tenía
un centavo en su bolsillo y en los últimos años se había quedado sin
muelas. Sus noches eran largas y tenía
mucho tiempo sufriendo de insomnio y cuando dormía lo despertaban las más
horrendas pesadillas.
Su
último intento por colorearla de manera consciente fue mudarse de ciudad y de
país por octava vez, se había pasado la vida escapando, buscando, había vivido
en varias ciudades del Perú, en Cuzco, Lima, Arequipa, en Iquitos, entre los 14
y los 47 años había trabajado en muchos lugares pero nunca pudo mantener un
empleo por mucho tiempo, probo suerte en Sao Paulo, en Buenos Aires, en Puerto
Rico, cuando las cosas se ponían imposibles se iba a vivir a Miami o a Los Ángeles
con alguno de sus hermanos. Se casó a
los 26 con una jovencita de rostro hermoso pero su matrimonio no llego a
cumplir un aniversario. Un día, hace
poco, concluyó que él sería siempre el mismo individuo sin importar los
variados escenarios.
-Un hombre opaco, de malas pulgas, amargado, no permeable a la alegría del color, decía al elevar la copa solitaria. Seguía tomando y mezclando ansiolíticos con el licor. Ni la cárcel ni los centros de rehabilitación habían podido cambiarlo. La muerte de su madre fue la última gota en su copa de tragedias. En menos de doce meses dilapidó la herencia, se quedó sin casa, sin carro, sin dinero, terminando preso por asalto a mano armada.
-Un hombre opaco, de malas pulgas, amargado, no permeable a la alegría del color, decía al elevar la copa solitaria. Seguía tomando y mezclando ansiolíticos con el licor. Ni la cárcel ni los centros de rehabilitación habían podido cambiarlo. La muerte de su madre fue la última gota en su copa de tragedias. En menos de doce meses dilapidó la herencia, se quedó sin casa, sin carro, sin dinero, terminando preso por asalto a mano armada.
Podía ser muy simpático. Era un gran cocinero y estaba dotado de una gran labia, se había acostumbrado a ser un arrimado, a depender de la caridad o la humanidad de personas usando el temita de sus traumas infantiles y carencia afectivas. El divorcio de sus padres, la maldad de su madrastra. Lo habían abusado de pequeño y su madre los había abandonado. Su padre lo llevaba a burdeles desde la adolescencia y le había enseñado que no había nada más normal que el sexo y la pornografía. Que las prostitutas tenían todas un gran corazón. No conocía parámetros de moral. De joven había sido muy guapo y dotado con un enorme pene del que presumía. A veces, para hacerse sonreír, recordaba la torpe imitación que hacía de otros personajes al momento de buscar amigos. Repetía chistes ampliamente difundidos, usaba indumentaria a la moda, se informaba sobre noticias banales e intrascendentes que no le importaban... Era muy inteligente y al mismo tiempo muy bruto. No tenía sentido común y se creía un héroe sin capa ni medallas porque todos lo envidiaban. Hizo muchas cosas para sobrevivir; sin embargo, nada de esto funcionó a largo plazo. Las personas cuando se daban cuenta de que era un vividor se apartaban para siempre de él.
Su condición actual y natural era ser distante a los demás. Se había convertido en un solitario.
En algún momento pensó que podía ser simpático para algunas mujeres de fáciles sonrisas y bolsos pequeños que piruetean en sus muñecas en algún establecimiento ubicado estratégicamente en la ciudad. Sus intentos de amistar fueron largos y requirieron muchas noches, y si bien podía recordar nombres y anécdotas, él se sabía no contado ni querido por ellas.
En una época creyó que la búsqueda del conocimiento revelado en sueños era la clave del destino.
Se empeñó en encontrarlo. Le era difícil vivir sin sentir que estaba orientado en la vida.
Se dedicó a interpretar cada uno de sus sueños. Al largo tiempo resolvió afirmar que 'hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios' que no le cedió el don de la interpretación. En un periodo de su vida fue a misa todos los domingos y volvió a comulgar, después de confesar que había pecado contra todos los mandamientos y que iba a cambiar.
Concluyó que todo hombre estaba en este plano para participar en un espectáculo divino cuyo guión le es ajeno a todos, excepto solo a Uno; pero estaba molesto con Este porque no le había hecho saber su papel en este teatro, y eso lo desesperaba.
Tenía desesperación por no saber qué tenía que hacer con su vida. Después de un pleito con un hermano se fue a vivir a un sótano en casa del hijo de una antigua compañera de trabajo que le tenía cariño porque ella también había tenido problemas con las drogas y el alcohol.
La idea del suicidio se hizo esperar no sin antes haber dejado de trabajar y haber llevado al límite su morosidad en su residencia.
Investigó y compró la cantidad de veneno necesaria y procedió con lo planeado. Ya antes había estado varias veces entre la vida y la muerte, por sobredosis por tantas borracheras que lo habían dejado prácticamente en estado inconsciente por días.
*
Ya en medio del colapso, en uno de los retorcijones últimos de su muerte, tuvo una revelación: él sería históricamente aquel triste personaje que sería puesto como mal ejemplo muchas veces por distintas causas (porque es más fácil recordar lo malo que lo bueno): sería un falso que vestía como los demás, un hombre que dejó a su familia, un supersticioso y astrólogo, un vago que no trabajaba, un alcohólico, un hombre que frecuentó mujerzuelas... y, al fin, alguien que se suicidó porque no tuvo el valor de afrontar sus problemas.
Pensó que su papel no era otro que el haber sido un hombre malo y este postrer conocimiento le regaló una sonrisa sincera y la tranquilidad buscada.
Encontró
su cuerpo con una nota y en su mano derecha un Rosario.
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