Cuando la soledad es necesaria para sanar

La última vez que escribí "notas de mi viejo cuaderno" fue hace una semana.  Tuve serios problemas con personas "cercanas" porque desde hace mucho siento que nadie me comprende, sobre todo desde que por mi enfermedad tuve que dejar de trabajar y de producir dinero.  Soy una mujer muy "rara" para muchos demasiado habladora y de voz muy alta, de personalidad fuerte y desde que me acuerdo siempre han habido muchas personas a las que simple y llanamente no les caigo nada bien, como dice mi esposo, no soy del agrado de muchos, lo doloroso es cuando no eres del agrado de tu familia, de tus hijos, de tus hermanos, primos, nueras, vecinos, y conocidos tanto como desconocidos.  Cuando las personas se acercan o te llaman solamente para pedirte favores y ver que les puedes dar.  Por mucho tiempo fui extremadamente generosa al mismo que tiempo que gastadora, siempre comprando "cosas" objetos bonitos, flores, plantas, comidas, perfumes, ropa, para otros, para hacer felices a otras personas, comprando sin darme cuenta amor, amistad, siendo dadivosa y codependiente. Siempre, mejor dicho hasta hace poco, era muy importante ser aceptaba, ser amada, ser querida, ser admirada, ser reconocida, hasta que de repente una larga madrugada, otra de tantas hablando con mi almohada completamente empapada en llanto, senti una voz que me susurraba en forma de pregunta "hasta cuando", ese domingo hubo un cambio gigantesco en mi vida, con la llegada de otro lunes que se me hizo eterno.  

Lo que me hace visitar mi refugio, la escritura, mi huerto escondido, mi alma errante y en busca incesante de paz, de poder dormir sin tener pesadillas de una vida llena de tanto dolor, enfermedad y tragedia. He tenido como mejor amiga por cientos de horas a la solitaria soledad, y la verdad, que las personas que piensan que no puedo vivir sin hablar, se equivocan.  A mi no me molesta la soledad, no me atemoriza como a tantos y ahora comprendo porque hay tantos seres "solitarios" en el mundo.

Hubo una época en mi vida, quizá la más feliz y tranquila de todas, en la que vivía sola en una casita al lado de un lago, fue cuando mi casa siempre se mantuvo limpia y ordenada, y sin querer rebaje muchos kilos, posiblemente porque llegaba muy cansada para cocinar y la sensación de soledad tibia y cariñosa que me abrazaba me daba mucha paz.  Una casa sin gritos, sin personas que te quieren controlar, sin personas que te critican y no te aceptan porque no eres lo que ellos quieren que seas. 

Decidi cortar cabezas, es decir, separarme de las personas venenosas de mi vida.  No quiero hablar ni juzgar a nadie, pero es muy duro vivir con hombres que son esclavos de sus vicios, ya sea un esposo, un novio, un amante, un hijo, un hermano, un padre, tus amigos o amigas de la infancia que no son exactamente lo que aparentan o pretenden ser.  Vivir rodeada de personas disfuncionales, de gente regida por la codicia, envidia, egoismo, vanidad, avaricia, lujuria, gula y todos los pecados capitales. Personas controladoras, llenas de defectos y que no creen en nada ni nadie.  
 
Nunca he sido una ermitaña, siempre desde adolescente fui muy sociable, me gustaban las fiestas, los compromisos sociales que eran muchos, las bodas y recepciones de lujo casi todas las semanas de mi juventud, si,  salía mucho, iba a discotecas, al teatro, a los museos, a las exhibiciones de moda, a comer a los mejores restaurantes, al club de los millonarios, era del grupito de las de la alta sociedad, muchos amigos bien vestidos y bien educados, cultos, profesionales, adinederados,  tenía amigos, muchos conocidos, todos aparentemente "personas decentes y sin vicios" para darme cuenta al llegar a ser "adulta" que todos eran camaleones, que cambiaban de color,  todos vestidos de "santos" ocultando sus demonios, todas escondiendo secretos, tapando o llenando sus copas de vino, y olvidando alimentar sus almas.  Mujeres infieles, con maridos fieles, hombres infieles con esposas fieles, seres promiscuos, seres venales, todos con precios, algunos con precios muy bajos.  Personas sin valores, sin principios, sin temor a Dios.  

Mis placeres eran siempre simples, leer, aprender diariamente y crecer como ser humano, comer saludablemente, decorar, limpiar, pintar, tejer, cocinar, ver buenos films en el televisor, dormir ocho horas, darme largas duchas, sentarme en el balcón a escribir, nunca he tomado una gota de licor en mi vida, nunca, ni siquiera he fumado hierba, y mucho menos he querido aceptar otro tipo de drogas.  Posiblemente porque las personas allegadas a mi vida han sido adictos al alcohol y a las diferentes sustancias que son tan destructivas.  Se puede decir que en mi caso particular los carbohidratos que se convierten en azucares fueron siempre mis peores enemigos, y mi personalidad compulsiva, obsesiva de querer ver todo ordenado, limpio, en su lugar.  De buscar lo que dicen que no existe, una vida "perfecta".   Fui una madre para mi propia madre, fui una madre para mis hermanos menores, y mis hijos nunca entendieron el papel que tuve a que asumir por las circunstancias de mi vida.     Mis hijos se hicieron hombres con la velocidad de la vida, tomaron sus caminos, sus decisiones, se alejaron de su nido para buscar "ser libres" del yugo maternal.  

En uno de mis viajes a la ciudad de mi juventud, Dios puso en mi camino a mi maravillosa  "mejor" amiga, una mujer mucho menor que yo que sin embargo supo ser la confidente, la hermana, la hija, la persona desinteresada que supo ganarse el lugar que siempre habia guardado, la silla, la medalla, el lugar de la mejor amiga.  Con ella pude lograr en poco tiempo lo que antes en toda mi existencia nunca pude.  Con ella pude cumplir con la promesa que le hice a mi abuela de escribir para ayudar a las familias de extrema pobreza, como ella lo hizo, tantas veces. Pude extender mis brazos y llevar alimentos, ropa, amor y esperanza a un pueblito en las afueras de la capital.   

En ésa época, los celulares eran carísimos y poca gente los tenía, ya existía el Internet por línea telefónica pero era muy caro y lo usábamos sobre todo para emails y en mi caso para actividades laborales.  Era 1987.   Parece mentira que hoy es 2017...  tiempo sin tiempo, la vida es tan corta.  La vida se va apagando cada segundo.

Me hacen falta los fines de semana de los setenta, los ochenta y los noventa.  La vida, el mundo, las personas, todo ha cambiado demasiado.  Mis hijos, me hacen falta mis hijos, mis nietos, mis hermanitos, mi madre, mi padre, a veces los domingos en casa de mi abuela, la edad dorada, los tiempos de juegos y risas, el llanto de los bebitos, las travesuras, los cuentos antes de dormir, los abrazos, sentir que te cubren con la manta, sentir que te besan la mejilla, escuchar la voz de tu madre que te dice " que descanses mi hijita, te quiero mucho, mucho" 

Antes, no estábamos tan “conectados” como lo estamos hoy, pero cuando “conectábamos” con alguien era en persona, y teníamos tiempo `para pensar, reflexionar, meditar, o hacer lo que nos viniera en gana sin el sonido ensordecedor de los mensajes de los diferentes tipos de la “conexión” instantánea, en cualquier parte del planeta. 

Recuerdo con nostalgia cuando los domingos, me acostaba en el piso de la sala-comedor, de la casita del lago, ponía mis discos "antiguos" y podía estar horas enteras en mi mundo interior, el timbre no sonaba, no llegaban mensajes inútiles al teléfono, no había más ruido que la música y mi respiración.  Muchas veces, bailaba con una almohada.  La soledad era mi mejor amiga y me daba paz. 
 
He vuelto a encontrarme con ella,  y con ella he vuelto a disfrutar de tener tiempo para hacer lo que me gusta.  Hoy amo la soledad, con locura, y la busco de manera desesperada, me despierto a las 5:30 de la mañana para poder disfrutar de unas horas de soledad, soledad para trabajar en soledad o ver alguna serie en Netflix, o leer algún libro acompañado todo con mi primer café.   Soledad para poder orar, leer la Biblia, seguir clarificando y aprendiendo. 

Lamentablemente o posiblemente no tan lamentable ya no me da la economía para salir de compras como antes y gastarme el dinero en objetos para complacer a terceros, para ser aceptaba, para que me quieran un poquito, hace mucho tiempo que no soy aquella mujer que ganaba dinero, mucho dinero con sus negocios y sus talentos de vendedora, ya no necesito llenar mi mundo de "cosas" ni ocultar mis carencias con mis compulsiones.  

En mi soledad pude encontrar a Dios.  Conocer y entender muchas cosas.  Retroceder en mi mente la cinta de toda una vida llena de episodios con mucho drama y poca comedia, con muchas puertas que se abrieron ante mis ojos pero que no supe ver.  En mi soledad pude encontrarme. Reconocerme. Aceptar mis derrotas, mis errores, mis equivocaciones, encontrar respuestas a muchas preguntas. 

Me resulta preocupante el temor paralizante que la gente joven siente con relación a la soledad, pareciera que si no tienen el bendito o maldito celular o Ipod en la mano para oír música, ver videos, enviar o recibir mensajes se fueran a morir. La gente sube al carro, al transporte que usan,  y en lugar de mirar por las ventanillas y ver la ciudad, la gente, se enfrascan en los aparatitos idiotizantes. Es un mundo robotizado. 

Desde mi ventana, en mi amada soledad, puedo ver lo que pasa en la calle.  No me gusta salir como antes, lo hago cuando es absolutamente necesario, para comprar alimentos, para ir al doctor, para asistir a la Iglesia, para otras actividades tengo otras personas que vienen a mi casa, mi amigo el vendedor de flores y su esposa vienen a verme y a que les de clases de Biblia, mi pedicurista una dulce mujer que sigue intentando tener hijos, alguna amiga de la juventud que pasa por mi ciudad y quiere visitarme.  Casi no recibo a nadie. 

Tengo celular y cuentas en las redes sociales, por mis proyectos, pero no vivo pendiente de él, la verdad casi nunca tengo el celular a la mano, considero que es un elemento de trabajo y de comunicación con mis amigos que están lejos, me gusta el café o el tecito con una charla interesante con personas que sientan y aprecien los buenos momentos y las lecciones de la vida,  extraño con locura ir a muchos lugares como antes, poder viajar, poder pasarme un par de semanas cerca de mi gente amada. 

Me hacen falta muchas personas, que por circunstancias de la vida, no tengo cerca, y que en el fondo son tan solitarios como yo.

Los que me conocen de verdad saben que si bien soy una persona súper sociable, muy habladora, gran conversadora de muchos temas, amo la soledad, la disfruto, disfruto del silencio de la madrugada, de esos momentos que no hay nadie en la casa y sólo se oye el silencio, el ruido del viento, de la lluvia, esos momentos en que le doy rienda suelta a todos mis pensamientos, sentimientos. 

Creo sinceramente que la soledad está subvalorada, la gente la teme como si fuera el monstruo de las siete cabezas, el pulpo pegajoso que se come lo que encuentra a su paso y no se percatan que la soledad es lo mejor que le puede pasar a una persona, hacerse amiga de ella, hacerse cómplice de la soledad es descubrir un mundo interior y exterior que nadie puede tocar más que uno mismo.

He decidido alejarme de las redes sociales por una temporada.  He desactivado mis mensajes.  Hay personas preocupadas que me llaman, no son muchas, piensan que las he bloqueado, a pesar de que lo puse en blanco y negro:  "Por motivos de fuerza mayor voy a estar alejada por unas semanas, posiblemente algunos meses".  Todo depende de lo que me traiga el futuro. 

A veces, es importante dejar los celulares, las computadoras, las tablets  a un lado y dedicarnos un tiempo a descubrirnos, conocernos y amarnos a nosotros mismos, alejémonos del barullo, de la locura que produce la hipercomunicación y descubramos ese mundo maravilloso, ancho y ajeno que está dentro de cada uno de nosotros, no importa si la gente piensa que somos "raros", diferentes,  lo que importa es que nos comuniquemos con el "amigo" que vive dentro nuestro y eso es algo que puede ser bueno, y hasta maravilloso.

Hasta pronto.   

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