Texto con acentos, gracias a un gran amigo...
Los aromas de los recuerdos felices se quedan impregnados en los caminos de la mente...en la memoria del alma... el olor de la canela, del clavo, de las manzanas, de la ralladura de naranjas y limones... Tengo cinco veranos y estoy en la cocina de la casa de mi abuela, quiero aprender a preparar una torta y fascinada, encantada, aprendo a separar las claras de los huevos, empieza la fiesta en la batidora, la mantequilla bailando con la harina, los huevos, el azúcar brillante que parece millones de diamantes en polvo... la receta escrita en su bella letra que casi no puedo leer, ya tengo memorizado todos los ingredientes y el proceso, me encanta ayudar a mi abuelita y a las reposteras a preparar las tortas y los pasteles... al poco rato empieza la faena del baile de los salados, los platos de entrada y de segunda, las risas, las bromas, el barullo de las horas felices, mujeres entretenidas, amor en el aire, amor por todas partes... es un día de fiesta y todos nos vamos a reunir a compartir la mesa, a disfrutar de la familia, de los hijos y los nietos, de los sobrinos y ahijados, de los primos hermanos.
Ahora tengo siete primaveras, he visto tantas veces como preparan el ceviche, las papas a la huancaína, las causas rellenas, el lomito saltado, el cau cau, el locro, el tacu tacu, los tallarines con salsa de carne, el asado, el puré de papas, los aderezos...el ají licuado, el perejil, el cilantro, los nabos, las alcachofas... es cuando me enamoro de las ollas, de los palos de madera, de las cacerolas de barro, de los ajos que cuelgan en unos ganchos largos, las cebollas moradas, los pomos grandes, transparentes de grueso vidrio, llenos de aceitunas y de encurtidos deliciosos... nunca fui a la escuela culinaria, no tuve que ir, lo aprendí todo viendo a mi abuelita en la cocina dirigiendo la orquesta de su hermosa sinfonía de asistentes, de la gran ama de casa, excelente anfitriona, y a las 2 de la tarde llegaban todos... las mesas vestidas con bordados manteles planchados a la perfección, los cubiertos de la bisabuela, los platos de porcelana fina, las copas de cristal regalo de una gran amiga, flores frescas en los floreros, licores preparados por una chinchana, la guinda, el pisco de la hacienda de otro familiar... las fuentes llenas de delicias para el paladar... la sopa especial que le preparan siempre al abuelo Fernando que tiene que llenar de humo el comedor y estar siempre bien caliente porque siempre le agrega un huevo que se cocina al instante en su deliciosa sopa de verduras y fideos... llegan las voces elevadas de algunos de los hermanos de mi padre, unos hablan mucho, otros escuchan atentos con una sonrisa en los labios y ojos emocionados. Uno habla de lo que pasa en el mundo... es 1961.
Acabo de recibir el Segundo Sacramento, ya cuando voy a misa los domingos comulgo al lado de mi abuela y la veo sonreír emocionada. Todavía siento el aroma de su arroz con leche, recuerdo el sabor de todas sus comidas, la belleza de sus manos cuidando sus violetas en flor y su jardín siempre verde y agradecido.
Hace unas horas he recibido buenas noticias, Dios oye mis peticiones, Dios trabaja en sus tiempos. Siento el aroma de la fe que hoy se viste de fortaleza, entiendo que todo lo que pasa en nuestras vidas tiene que pasarnos por algo... un hombre pecador ha sido redimido, un adicto a las drogas a encontrado alivio porque un hombre que fue como el decidió un día cambiar su destino cuando se rompió la pierna y no pudo caminar por mucho tiempo, y se puso a estudiar la Biblia. Es cuando entonces uno entiende que a veces hay personas que se mueren primero porque la Misericordia de Dios es infinita y muchos al quedar vivos pueden padecer muchos peores sufrimientos... El aroma del entendimiento, el aroma de la resignación, el aroma de la piedad, de no juzgar ni culpar a nadie... Gracias Padre Celestial por los aromas de mi vida, gracias por hoy
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